Hacia fines de Octubre, en medio de la presión sindical el presidente Levingston decidió encarar una reestructuración parcial de su gabinete. Confirmando sus intenciones de afirmarse en el gobierno, se desprendió del ministro del interior Mc.Loughlin -próximo a Lanusse y partidario de la salida política- y lo reemplazó por el brigadier Cordón Aguirre.
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Marcelo Levignston en demostraciones militares. |
Pero lo más importante fue la sustitución de Moyano Llerena -ministro de economía y trabajo- por Aldo Ferrer, hasta entonces a cargo de la cartera de Obras y Servicios Públicos.
Ferrer imprimiría a la política económica una orientación nacionalista-populista, totalmente divergente de la que primara hasta entonces.
Se procuraría la expansión de las funciones del Estado, el estimulo al capital nacional y una distribución más equitativa del ingreso, a la vez que se trataría de limitar la influencia de la inversión externa, aunque sin prescindir de ella.
Traducidas estas intenciones a políticas concretas, Ferrer adoptó una política proteccionista mediante la elevación de los aranceles de importación, procuró la obra pública como forma de dinamizar la actividad económica, concretó la transformación del Banco Industrial en Banco Nacional de Desarrollo con miras a la financiación de proyectos industriales, inició planes de inversión para la producción de insumos industriales, y sancionó la ley de Compre Nacional, que orientaba las compras estatales hacia los proveedores locales.
En el orden laboral, se anunció la pronta iniciación de paritarias. La nueva política económica logró disminuir las huelgas en todo el país, aunque no captara apoyo sindical para el gobierno. Sí obtuvo la aprobación de los sectores empresarios nucleados en la CGE, al tiempo que el resto de las organizaciones patronales -en especial la UIA- clamaban contra las orientaciones estatistas, que se encaminaban hacia un “colectivismo totalitario”.
Especialmente, cuando el gobierno resolvió que los incrementos futuros de la cartera prestable de los bancos debían destinarse exclusivamente a empresas nacionales, se levantó una indignada protesta contra esa “discriminación”. Lo que no impidió que las empresas extranjeras se beneficiaran tomando préstamos en divisas de sus matrices, garantizados por el gobierno mediante el sistema de “operaciones de pase”.
Mientras el gobierno cerraba la puerta a los políticos, las fuerzas más representativas se disponían a confluir en un acuerdo que lo sumiría en el aislamiento. Desde tiempo atrás, Perón se venía refiriendo a la integración de toda la oposición al gobierno militar en un ancho espectro, del que el peronismo sería -por su propio peso- el eje central.
Los primeros contactos entre peronistas y radicales databan de 1968, cuando Jerónimo Remorino se desempeñaba como delegado de Perón. A la muerte de Remorino, ocupó su lugar Jorge Daniel Paladino quien -venciendo cierto escepticismo de parte de Perón- obtuvo del líder justicialista la venia para reiniciar las conversaciones.
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Políticos participantes de la Hora del Pueblo. Reportaje a Daniel Paladino. |
A través de Enrique Vanoli, Paladino se contactó con Balbín. Luego el mismo Paladino fue portador de una extensa carta de Perón a Balbín, invitándolo a coincidir en los grandes objetivos nacionales, dejando de lado los agravios del pasado. De allí, surgió una intensa correspondencia entre ambos, que preparó el terreno de lo que luego sería la “Hora del Pueblo”, nombre que recibiría el nucleamiento partidario a propuesta de Paladino, en alusión al libro de Perón “La Hora de los Pueblos”.
El 11 de Noviembre de 1970, la coincidencia se materializó en una reunión celebrada por representantes del Justicialismo, el Radicalismo, el Socialismo, la Democracia progresista y el Conservadorismo Popular, que procedieron a la firma de un documento programático titulado “La Hora de los Pueblos”.
El texto era amplio en la medida necesaria para contener la heterogeneidad de las fuerzas que lo suscribían. Pero se reclamaba una rápida salida institucional, sin proscripciones de ningún tipo, así como la adopción de una política económica de contenido nacional, que diera respuesta a las necesidades populares más inmediatas.
Pero lo más importante no era, en rigor, el contenido del texto, sino la coincidencia de fuerzas opositoras, que dejaba el gobierno militar en una creciente orfandad de apoyos sociales.
Perón, desde España, observa con agrado ese paso trascendente. “La situación argentina sigue de mal en peor: la dictadura militar no sólo no soluciona nada sino que complica cada día más su aleatoria posición” -escribe a un dirigente-. Y continúa: “Así lo han entendido casi todas las fuerzas políticas que han formado un frente unido de oposición. Nuestro Movimiento, y espero que en adelante todas las organizaciones políticas la combatan por todos los medios. Las organizaciones sindicales del peronismo hacen otro tanto en el campo gremial”.
Pero a Levingston no parecía inquietarle el aislamiento. A fines del mes de Noviembre, pronunció en la provincia de Neuquén un discurso en el que –se esperaba- incluiría revelaciones políticas. No dijo nada diferente de lo que venía adelantando: La Revolución Argentina se tomaría el tiempo necesario para profundizar sus transformaciones en el campo económico y social, por lo que no existía plazo alguno para la futura salida electoral.
Además manifestó su intención de tomar contacto con políticos de distintos sectores , pertenecientes a la “generación intermedia”, haciendo caso omiso de dirigentes nucleados en “La Hora del Pueblo”.
Parecía evidente que el presidente se proponía trabajar para la formación de un movimiento político que se constituyera en la “ herencia” de la revolución, a partir de la captación de esas figuras intermedias. En el mes de Enero de 1971, Levignston se reunió con hombres de la llamada “ generación intermedia”.
Pero también logró un apoyo de mayor significación, a través de su entrevista con Oscar Alende, presidente de la UCRI, que no había integrado “La Hora del Pueblo”. A la salida de la misma, Alende efectuó declaraciones que lo mostraron solidario con la orientación impresa a la economía a partir de la designación de Ferrer, y con los planes del presidente: “Es muy sintomático –afirmó-, que cuando se pretende poner en marcha la revolución nacional, comienzan a manifestarse los elementos del interés extranjero para derribar al gobierno.
Por eso vine a conversar con el presidente. Hace por lo menos veinte años que el país no tiene un gobierno de posición tan clara en defensa del interés nacional. De allí que la conjura quiera voltearlo ahora, porque de lo contrario, estima que no lo volteará jamás”.