Pero el presidente se sentía, sin duda, acosado por el comandante en jefe del Ejército. El 9 de Febrero -en lo que se interpretó como una medida destinada a debilitar a Lanusse-, solicitó la renuncia a Francisco Manrique, ministro de Bienestar Social.
Pocos días después, Levingston prescindió del intendente de Buenos Aires, general Iricibar, y de los gobernadores de Córdoba, Tucumán, y San Juan. En la primera de las provincias mencionadas, reemplazó a Bernardo Bas por el Dr. José Camilo Uriburu, ideológicamente filiado como nacionalista. Según se vería, su elección no había sido feliz. Una vez más, Córdoba derribaría a un presidente.
A poco de asumir, el gobernador Uriburu pronunció un discurso en presencia de Levingston, denunciando “…la conjura conceptual de la contrarrevolución que procuran orquestar la avaricia contenida, la ineficiencia desplazada y la bandera roja, por medio del intento fraticida”. Y terminó comparando a la subversión con una venenosa serpiente, “cuya cabeza quizá Dios me depare el honor de cortar de un solo tajo”.
Ni el hombre ni las palabras eran los más adecuados para el denso clima político de la provincia. Pocos días más tarde, la violencia estallaba nuevamente. La CGT provincial dispuso una huelga para el 12 de Marzo, que obtuvo el apoyo del comercio y la industria. El Tercer Cuerpo de Ejército adoptó medidas de prevención, temiendo un nuevo “Cordobazo”.
El día indicado, el paro se cumplió con ocupación de fábricas. Las medidas policiales de represión produjeron la muerte de un joven obrero, así como varios heridos. A continuación, la CGT convocó nuevas medidas de fuerza para los días 15 y 16, ésta última incluyendo movilizaciones.
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El Viborazo. |
A las diez de la mañana, los trabajadores abandonaron sus tareas y se dirigieron hacia el centro de la ciudad. Pero los disturbios comenzarían en las primeras horas de la tarde: incendio de automóviles, destrucción de vidrieras, fogatas y barricadas. La guardia de infantería de la policía provincial comenzó la represión con apoyo de la policía federal, sin embargo, la furia de los manifestantes no pudo ser aplacada hasta el anochecer.
A las 22.30 hs, el gobernador Uriburu ofrecía a Levingston su renuncia, no había podido cercenar la cabeza de la víbora. Un diario local publicó una caricatura representando a una serpiente que dormitaba, tras haberse devorado a su presunto verdugo. El humor popular recordaría el episodio como “Viborazo”.
El reemplazo de Uriburu pareció pacificar Córdoba, pero la suerte de Levingston estaba echada. La provincia fue declarada zona de emergencia y las fuerzas de seguridad quedaron subordinadas al Tercer Cuerpo de Ejército.
El 19 de Marzo, el presidente relevó al Jefe del Estado Mayor Conjunto, brigadier Ezequiel Martínez -otro hombre próximo a Lanusse- acusándolo de haber mantenido contactos con dirigentes gremiales. Finalmente el 22 se decidió a destituir al Comandante del Ejército.
Seguro de contar con el apoyo de la fuerza, Lanusse se reunió esa misma noche con Gnavi y Rey para acordar el desplazamiento de Levingston. Al día siguiente, la Junta de Comandantes reasumía el gobierno. El 26 Alejandro Agustín Lanusse era designado nuevo presidente al tiempo que retenía su cargo de comandante del Ejército.
El día anterior a la designación de Lanusse, Manrique había recuperado la cartera de Bienestar Social, en tanto, que al frente del ministerio del Interior era colocado un hombre clave para la estrategia política del presidente-comandante: el dirigente radical Arturo Mor Roig.
Por fin, este oficial del arma de caballería y perteneciente a una familia ligada a los intereses agropecuarios, ocupaba la presidencia. Acérrimo antiperonista -había sido dado de baja y sufrido prisión por su participación en el alzamiento de Benjamín Menéndez, en 1951-, Lanusse no estaba exento de ambiciones ni de astucia política. Sobradamente, había entendido que el proceso militar iniciado en 1966 transitaba su etapa agónica y que la salida política resultaba inevitable.
También estaba persuadido de que la exclusión del peronismo era otra estrategia agotada: ninguna estabilidad sería posible -los años recientes lo enseñaban- sin ese protagonista esencial. Por lo demás, la emergente protesta social y la violencia eran ejercidas por sectores que -en muchos casos- se proclamaban peronistas. Era preciso, pues, admitir al peronismo para incorporarlo al sistema, para “volverlo a la normalidad”.
Pero nadie podría acordar con el peronismo sin hacerlo con Perón. Habría que entenderse con él, lograr su buena voluntad y su asentimiento para que todas las fuerzas políticas representativas pudieran confluir en un acuerdo. Un Gran Acuerdo Nacional (GAN), del cual el propio Lanusse sería el garante. Y que, previsiblemente, habría de servir de base a sus ambiciones políticas.
Así Lanusse diseñaría su propia estrategia, a la vez paralela y coincidente –aunque obviamente opuesta en los fines con la “Hora del Pueblo”. El ministro Mor Roig se apresuró a levantar la veda a los partidos políticos, reintegrándoles sus bienes y locales. Levantó también las sanciones a los sindicatos y anunció la próxima convocatoria. El clima de distensión era evidente.
También sería Mor Roig el encargado de iniciar conversaciones con el radicalismo: el 5 de Abril se reunió con Ricardo Balbín. Poco después, Edgardo Sajón -secretario de Prensa de la presidencia- afirmaba que Lanusse estaba dispuesto a dialogar con Perón. Para reafirmar su vocación de diálogo, el presidente se reunía el 13 de Abril con dirigentes sindicales: Rucci, Coria y Adelino Romero fueron sus interlocutores.
Pero además de los canales orgánicos, Lanusse no desdeñaría las gestiones reservadas. La creciente violencia política hacia urgente tantear a Perón, saber cual era su intención y de ser posible -comprometerlo en una declaración condenatoria a la guerrilla que actuaba en su nombre. Un emisario del presidente -el coronel Cornicelli- viajó secretamente a Madrid durante el mes de Abril, para entrevistarse con el líder justicialista.
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Asunción de Alejandro Agustín Lanusse. |
La celebración de esas conversaciones y la grabación de su contenido saldrían a la luz algún tiempo después. Perón no se dejó comprometer en modo alguno, e insistió ante su interlocutor en que la violencia era una resultante de las condiciones políticas imperantes en la Argentina. En consecuencia, el problema se resolvería cuando variaran esas condiciones.
Esa entrevista fue, para Lanusse, el primer indicio de que sus planes políticos no serían de fácil concreción. No obstante, persistiría en ellos.