(4) La crisis política

Pero la crisis no se limitaba a la economía. Había problemas, tal vez menos visibles pero de esencia más profunda para el proceso político peronista.

La conciencia social y la movilización de los sectores populares constituían la primera etapa de la transformación del país. A ello debería seguir un proceso de organización popular, que permitiría instaurar una democratización real del poder político. Se trataba de romper con el esquema liberal, donde el ciudadano limita su participación como tal al mero acto comicial. 

Figura 22:

Evita habla en un acto partidario.

Se trataba de introducir la organización política en todos los niveles, en todas las instituciones y organizaciones populares, sociales, económicas, culturales, para abrir nuevos cauces de participación que permitieran construir las bases de una democracia integral. “Yo creo, y soy un convencido de ello —diría Perón—, que no se puede practicar una democracia en ningún país del mundo, sin una organización popular. Si la democracia es el gobierno del pueblo, ¿cómo puede ejercerse desde el pueblo si no existe una organización que la haga real y efectiva?”.

Claro está que esta concepción implicaba la ruptura con toda una tradición de liberalismo, introducida a machacamartillo en la mentalidad de muchas generaciones de argentinos. 

Documentos:

Había que estabilizar.

Escrito de Juan Perón.

Ver

Implicaba contraponer a la democracia liberal, que concibe al ciudadano aislado frente al Estado —con la única mediación de instituciones específicas corporizadas en los partidos políticos— una concepción diferente, en la que la participación política tiñe todos los ámbitos de la vida diaria, y se encarna en todas las instituciones en las que el hombre desarrolla su actividad.

Figura 23:

Tarjeta de felicitaciones de fin de año de 1947.

No se trataba por cierto de una tarea fácil, y requería el concurso de cuadros políticos sólidos, convencidos e imbuidos de una profunda mística militante.

Pero eso no se logró. Esa comprensión no penetraría en la dirigencia política peronista, que no lograría llevar a la práctica el planteo estratégico de Perón: no acabaría de entenderlo. Se conformaría con administrar las cuotas de poder a las que tenía acceso, recostada en la obsecuencia y la competencia doméstica, hasta convertirse en una pesada burocracia.

Obsecuentes y burócratas

La dirigencia peronista era el producto de las circunstancias en que se había generado el movimiento: el repentismo y el espontaneísmo que colocaron a un conjunto de hombres de procedencias diversas, en torno a un caudillo que ejercía la conducción de un modo verticalista. Viejos dirigentes de origen radical o conservador, nacionalistas, hombres provenientes de la actividad gremial, socialistas o anarcosindicalistas incorporados al laborismo. Un amplio mosaico ideológico, que albergaba también diversas aspiraciones personales.

Figura 24:

Lejos de plantearse la incorporación de los sectores medios de la población, la obsecuencia de las dirigencias peronistas sólo provocaban el alejamiento de los mismos.

Había allí desinteresados e idealistas, pero también arribistas que aspiraban a las prebendas y ventajas propias del cargo oficial. Faltaba, y esto era notorio, unidad ideológica y claridad con respecto al proyecto político que Perón iba delineando. En consecuencia, se imponía por necesidad la conducción vertical de este último. 

Figura 25:

Folleto con los discursos de Perón y Eva Perón del 1 de mayo de 1951.

Pero tal centralización del poder, ineludible en los primeros momentos y útil para la toma rápida de decisiones que las transformaciones inmediatas exigían, tendría también sus perjuicios: las sobrecargas que implicaría para Perón, unida a la tendencia al eclipsamiento de los colaboradores con capacidad e iniciativa, daría lugar a la formación de una telaraña de obsecuentes. Una burocracia que se acostumbraría a asentir siempre, a adular y aplaudir los más mínimos gestos de Perón y Eva Perón, sin aportar ideas ni iniciativas.

Figura 26:

Evita ante delegadas del Partido Peronista Femenino.

Se empeñarían en una competencia desmesurada por ganar los favores del líder y su esposa, por ascender en la estructura partidaria, sin otro objetivo que el poder mismo o —lo que era peor— la obtención de las ventajas personales.

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Figura 57:

El 31 de diciembre de 1949 se terminó de imprimir una obra monumental: La Nación Argentina, justa, libre y soberana. Editada por Control del Estado de la Presidencia de la Nación cuya jefatura estaba a cargo del Teniente Coronel Vicente Arnaldo Sosa Molina.La Dirección y realización del trabajo estuvo a cargo del Mayor Luis Guillermo Bähler, secundado por los educacionistas Luis Ricardo Aragón y José Edmundo Caprara. Era un libro de gran formato (27 x 35 cm) con 800 páginas a todo color. "Esta obra aspira a señalar con claridad y en la forma más objetiva posible cuál era la situación en 1943; qué evolución experimentó la Nación hacia 1949 y cuáles son las proyecciones de lo que habrá de cumplirse con el Plan de Gobierno del General Perón" La digitalización de esta obra fue promovida por el Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires y estuvo a cargo del Archivo Histórico “Dr. Ricardo Levene”.

Documentos:
La Nación Argentina, justa, libre y soberana
1ra Parte. La independencia económica y la ayuda social.

Esto último —las pequeñas corruptelas, los favores, los negociados— no resultaba sorprendente ni sería patrimonio exclusivo del peronismo. Los favoritismos políticos habían sido frecuentes en la tradición conservadora y radical. Por lo demás, la lucha por obtener ventajas económicas no podía extrañar en un movimiento que había ampliado la base de reclutamiento de los cuadros políticos, ubicando a gente que venía de capas inferiores de la escala social. 

Figura 27:

Evita en un cóctel en 1947.

Tal vez, eso sí, las corruptelas peronistas fueran más visibles y menos elegantes que los grandes negocios de los gobernantes de otros tiempos, que eran a la vez abogados de compañías inglesas. Pero eso posibilitaría a la oposición batir el parche del peculado, hasta lograr que buena parte de la opinión independiente —en especial la clase media— lo identificara indisolublemente con el gobierno peronista. 

Todo eso servía para entorpecer y dilatar la tarea organizativa que era urgente llevar a cabo. El trabajo político se suplía con la obsecuencia, que en vez de sumar a los sectores independientes al proyecto nacional, sólo lograba apartarlos al destacar ante los ojos de la clase media aquellos rasgos del régimen que más irritativos le resultaban.

Figura 28:

Sólo había una solución para la crisis, y era la organización política del enorme consenso popular que desataba la revolución justicialista. Pero para ello era necesario que los dirigentes rompieran con la concepción metodológica de la participación política liberal.

Legisladores, gobernadores e intendentes rivalizarían por dar el nombre del presidente y su esposa a calles, ciudades, escuelas, estaciones y hospitales. Esto llevaría a Arturo Jauretche a reflexionar: “Cuidado, que cuando todo suena a Perón, es que suena Perón”.

También la propaganda oficialista pecaría de torpe y excesiva. Los mensajes y las pruebas de adhesión repetidas hasta el hartazgo, rutinarios y cansadores, no alimentarían una convicción que, en el pueblo, no necesitaba ser reforzada por esos medios. 

Figura 29:

Afiche de la subsecretaria de Informaciones festejando el 1 de mayo.

Las afiliaciones obligatorias de trabajadores públicos, otra exigencia de algunos funcionarios anhelantes de “sumar puntos” sólo servirían para enfurecer a los opositores y molestar a los independientes. El peronismo tenía sobrado sustento popular y lo apoyaba en hechos concretos. No necesitaba esos remedos de devoción. No se haría así una revolución.

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