Lejos de apagarse, la violencia se propagaría rápidamente. En el mes de junio, con motivo del arribo al país de Nelson Rockefeller, se produciría el incendio de quince supermercados de la cadena Minimax, de propiedad del visitante. Pero el último día del mes, tiene lugar un hecho que prefigura tragedias posteriores. Un grupo comando, fuertemente armado, irrumpe en la sede de la Unión Obrera Metalúrgica y da muerte a balazos al secretario general, Augusto Timoteo Vandor.
Los jóvenes -más tarde identificados como integrantes del Comando Montonero Emilio Maza-, se presentan en la sede gremial fingiéndose oficiales de justicia, reducen a los presentes y buscan al líder sindical hasta dar con él en una oficina. Uno de ellos le efectúa cinco disparos a quemarropa.
Duración: 40 segundos |
|
Asesinato de Augusto Timoteo Vandor. |
Tras pretender transitar un camino propio, de entendimiento con Onganía, Vandor se había entrevistado con Perón, reinsertándose en la estrategia global del jefe del justicialismo. Si el "Lobo" -como se le conocía- representaba una concepción del sindicalismo repudiada por los sectores combativos en razón de sus tendencias pactistas, su asesinato ponía en práctica una modalidad política trágica y sangrienta.
El crimen político respondía a una concepción pequeño burguesa e individualista de la historia y la política: la supresión física del adversario como forma de alcanzar el triunfo.
No era nuevo en la Argentina: variados intentos contra Perón, los bombardeos de junio del 55' y los fusilamientos de 1956 fueron otros tantos antecedentes del empleo discrecional del terror y la muerte. Pero en los años venideros alcanzaría una intensidad sin precedentes.
El gobierno quedó atónito ante los sucesos de Córdoba. Sus sueños de paz social parecían haberse esfumado de golpe. De todas maneras, su reacción fue de indignación. Sin duda. se trataba de la acción de "elementos subversivos": el nuevo ministro del interior, general Francisco Imaz, declaró que la Argentina estaba "ante un plan ideológico comunista-chinoísta-fidelista". Por su parte, Onganía pronunció un vigoroso discurso condenatorio de los hechos de violencia y sus autores, a la vez que se ampliaban las disposiciones de la ley de represión de las actividades comunistas.
De todas formas, se imponían algunos cambios. Además de la sustitución de Borda por Imaz, el Cordobazo provocó el alejamiento de Krieger Vasena, que fue reemplazado por José María Dagnino Pastore. Se trataba de un economista de gran prestigio académico, cuya política no diferiría en lo sustancial de la de su antecesor. Pero su nombre no aparecía ligado a empresas multinacionales y resultaba menos irritativo.
Además, el gobierno consideró necesario redoblar esfuerzos en procura del reordenamiento del mundo laboral, para asegurar el control de la CGT por parte de los sectores colaboracionistas. La CGT de Azopardo se encontraba en manos de la comisión provisoria de los "20", con mayoría vandorista. Se designó delegado normalizador a Valentín Suárez, al tiempo que se anunciaron próximos aumentos de salarios no trasladables a precios y la futura celebración de paritarias.
Pero la designación del delegado normalizador y su evidente deseo de favorecer a los participacionistas, unidos a la creciente presión de las bases, llevaron a la comisión de los "20" a declarar un paro general para el 24 de septiembre, "frente a la falta de respuesta del gobierno a los puntos reivindicativos mínimos exigidos públicamente, en solidaridad con todos los gremios en lucha, por la defensa del patrimonio nacional y la soberanía del pueblo".
Como había ocurrido en 1967, se reunió el CONASE y anunciaron severas medidas represivas. Tal como entonces, la comisión de los "20" levantó el paro, pero no sin antes ser recibida en dos oportunidades por Onganía. Era evidente que la posición del gobierno había perdido la solidez de dos años atrás.
La CGT de los Argentinos -que había pasado a la clandestinidad-, las regionales combativas del interior y las "62 organizaciones", criticaron duramente la decisión de los "20". Tras la muerte de Vandor, sus partidarios se habían dividido: algunos vandoristas, dominantes en las "62", respondían a la estrategia de Perón, consistente en cerrar todos los caminos al gobierno militar. Los que integraban la comisión de los "20", aún confiaban en pactar con Onganía en condiciones más favorables que los participacionistas, para imponer un cambio en la política económica.
Para los empresarios liberales, el gobierno había perdido buena parte de su crédito: ya no estaba Krieger y la principal virtud de Onganía -mantener el orden y la disciplina laboral- se había esfumado. Para colmo, ahora se hablaba de aumentos de salarios y paritarias.
Nunca habían entendido las "contemplaciones" del presidente para con los sindicalistas, en las que se empeñaba en persistir. Para ellos, el Cordobazo se debía a la falta de energía, a las vacilaciones del gobierno para disolver de una buena vez la CGT. No era producto de su rigidez, sino de sus debilidades.
Las ambigüedades de Onganía eran un escollo para los liberales, sus anuncios sobre el "tiempo social" y sus vagos proyectos corporativos los inquietaban . Muchos creyeron llegado el momento de reemplazarlo por un militar liberal, capaz de restablecer la confianza perdida.
También los pequeños y medianos empresarios, nucleados en la CGE, esperaban cambios. Apuntaban al sector nacionalista industrialista del ejército y proclamaban la necesidad de un giro económico acordado con los sindicatos, que privilegiara el mercado interno y las industrias nacionales.
Para colmo, la conmoción causada por el Cordobazo había repercutido en la economía. Se produjeron importantes retiros de capital externo colocado a corto plazo, al tiempo que disminuían los ingresos. Aumentó la demanda interna de dólares y disminuyeron las reservas del Banco Central. La tasa de interés subió y reaparecieron las presiones inflacionarias, mientras la inversión se retraía.
En septiembre se habían producido nuevos estallidos sociales en Cipoletti, Rosario y Córdoba. Mientras tanto, la violencia y el terrorismo seguían manifestándose. Hacia fin de año se detectarían varias células subversivas en Tucumán y se registraría un intento de copamiento en el Regimiento 7 de Infantería de La Plata. En la misma provincia de Tucumán se frustraría la tentativa de volar un puesto policial. También sería desbaratada una célula guerrillera en Santa Fe.
En el seno del Ejército, estos hechos causaban creciente inquietud. Cundía la impresión de que Onganía y su entorno ya no podrían recuperar el control de la situación y no era admisible "firmar otro cheque en blanco al presidente". Sin embargo, las líneas de pensamiento y las soluciones propuestas eran varias.
Entre los liberales, sensibles a la opinión del mundo de los negocios, había dos tesituras. El sector más duro -encarnado, por ejemplo, en Julio Alsogaray- pensaba en un endurecimiento imposible a esa altura de las circunstancias. Había que terminar con las vacilaciones, incrementar la represión y restablecer la autoridad de los momentos iniciales a cualquier precio.
Otro grupo, más realista, se identificaba con las posiciones del general Lanusse. El comandante en jefe percibía que el fondo del problema era político y creía necesario auspiciar una salida en ese sentido, aunque condicionada y negociada con los sectores más "receptivos" de los dos partidos mayoritarios: peronistas y radicales.
También el ex presidente Pedro Eugenio Aramburu era de la misma opinión y había iniciado activos contactos reservados. Claro que cada uno de ellos se concebía a sí mismo como el eje de la futura solución institucional, que no incluiría -por cierto- a Perón.
Con menor peso específico, el sector nacionalista-industrialista creía posible recuperar el prestigio inicial del gobierno militar, a condición de producir un drástico giro en la política económica. En consecuencia con los planteos del empresariado nacional, había que reorientar el crédito, privilegiar a las empresas de capital local, estimular la industria y el mercado interno y aumentar los salarios.
Sólo de ese modo -pensaban- se lograría una base consensual para el gobierno, concitando el apoyo de los sindicatos y disminuyendo las tensiones sociales. En poco tiempo, tendrían oportunidad de poner a prueba sus planes.
Pero también, en la oficialidad joven, crecían otras inquietudes. En el mes de septiembre tuvo lugar una "purga" en el Colegio Militar, que culminó con la instrucción de sumarios y la baja de varios oficiales que se definían peronistas, pero a los que se acusaba de sustentar ideas comunistas.
Los imputados habían reconocido su asistencia a charlas de adoctrinamiento con el profesor Juan José Hernández Arregui. Entre ellos se destacaban los tenientes Julián Licastro y José Luis Fernández Valoni.
Aunque el presidente se obstinara en desconocerlo, sus días estaban contados. Lanusse había tomado ya su decisión, y sólo aguardaba la ocasión propicia para concretarla.
Por lo demás, se percibía una creciente agitación política: en el mes de abril de 1970, Arturo Frondizi había roto su silencio para sentenciar que "en estos cuatro años de gobierno no se ha hecho la revolución, sino que se ha hecho la contrarevolución".
Duración: 1 minuto |
|
La caida de Onganía. |
Desde Madrid, Perón también apreciaba el creciente desgaste del gobierno. En el mes de enero había escrito a Carlos Suárez: "La dictadura ha fracasado y su gobierno se sostiene como consecuencia de que dos tendencias contrarias (liberales y nacionalistas) forcejean en las fuerzas armadas en sentido antagónico, aunque ambas parecen tener el mismo objetivo: sacar a Onganía (...): La situación del país está llegando al borde del abismo tanto en lo económico como en lo social, y si nosotros somos capaces de agitar lo político en forma efectivamente positiva, se completará el panorama".
El 28 de abril, Lanusse presentó a Onganía un memorándum sobre la situación del país. Se refería allí a "la existencia de una profunda crisis interna del gobierno", a la incapacidad de los responsables de la conducción en áreas fundamentales", al "fracaso de una política económica cuyos resultados se traducen en la quiebra de la paz social" y a la existencia de fabulosos negociados en los cuales se hallarían complicados hasta ministros y secretarios de Estado". Asimismo, el comandante solicitó una reunión de generales que el presidente aceptó.
La reunión se llevaría a cabo el 27 de mayo. Lanusse escribe que la misma fue "una catástrofe nacional". "Con la Nación a punto de estallar -relata-, el Jefe del Estado, calmosamente, se dedicó ese 27 de mayo a dibujar pirámides jerárquicas que indicarían nuevas ideas para lograr estructuras participacionistas (...) La desconexión con la realidad parecía ya francamente alucinante". Dos días más tarde, tras su discurso con motivo del día del Ejército, Lanusse se encontraba con Onganía para hacerle saber que gran parte de los generales no había comprendido la exposición presidencial, en tanto que el resto estaba en desacuerdo. El mismo 29 de mayo, en una operación comando, era secuestrado el general Aramburu.
El 2 de junio se reunió el CONASE para tratar el tema del secuestro. Allí, Lanusse propuso que el gobierno abriera el diálogo con los partidos políticos. Onganía aceptó a regañadientes y pidió a los tres comandantes que analizaran el tema.
El día 5, en una nueva reunión, el presidente reiteró que admitiría el diálogo, pero desechó toda idea de llamar a elecciones, según lo sugería Lanusse.
El 6 de junio, en reunión con sus pares de las otras fuerzas (el brigadier Rey y el almirante Gnavi), Lanusse discute la situación. Los tres comandantes acuerdan allí el reemplazo de Onganía.
La definición llegará el lunes 8. En las primeras horas de la tarde Onganía anuncia el relevo de Lanusse como comandante en Jefe, pero se trata de un inútil intento.
Poco tiempo después, la Junta de Comandantes hace pública su determinación de reasumir el poder político y pide la renuncia del presidente. No habrá resistencia, salvo un duro reproche verbal de Onganía a los tres comandantes, que a la medianoche se instalan en la Casa de Gobierno. Culmina la primera etapa de la Revolución Argentina.