Si se cumplieran las bases de la democracia y fueran los pueblos los que decidieran, lo más probable sería que tales enfrentamientos ideológicos, doctrinarios o políticos, pudieran decidirse por la preponderancia de la opinión, no de fuerza, la arbitrariedad o la violencia que ha sido el método permanente de las minorías reaccionarias.
Es que el imperialismo capitalista prepotente ha impuesto en los países americanos, a través de sus representantes a sueldo, una forma "sui géneris" de la "democracia" que ha de hacerse como ellos quieren y como ellos desean y necesitan para seguir explotando su preponderancia sobre los países iberoamericanos a costa de una lucha interna que los mantenga en un permanente subdesarrollo adecuado a sus fines.
Una diabólica combinación, realizada en nombre de la "libertad" ha convertido a las fuerzas armadas en guardias pretorianas de todo lo contrario a la democracia y la libertad, en favor de ese imperialismo, para hacer de ellas, cuando el caso llega, fuerzas de ocupación en sus propios países y al servicio de los intereses imperialistas, mediante los cuales, con el "cuento del comunismo", se puede tiranizar a los pueblos y destruir a los países.
El marxismo tan imperialista como el anterior, ha venido sin embargo utilizando el orden interno de los países, su lucha es ideológica y su penetración pacífica, lo que le ha dado una fuerza con la que no contaría si el imperialismo antagónico no utilizara tan repugnantes sistemas. El comunismo trabaja a los pueblos, el capitalismo a los gobiernos, sin percatarse que a la larga, los únicos permanentes son los pueblos en tanto lo demás es transitorio.
Nada puede haber más inapropiado para combatir las ideas que la violencia de la fuerza que no hace sino favorecerlas; a las doctrinas sólo se las puede vencer con otra doctrina mejor: hágase lo que los pueblos quieren y no será preciso el empleo de la fuerza o la violencia que sólo puede conducir a la destrucción de valores por la lucha. A lo largo de todos los tiempos la fuerza ha sido mala consejera porque los hombres cuando la poseen son propensos a renunciar a la habilidad y abandonar la razón.