Hacia fines de 1958 el gobierno de Arturo Frondizi abandonó rápidamente su retórica de desarrollo industrial nacional para inclinarse hacia una industrialización dependiente del capital extranjero y del imperialismo.
La Argentina ingresaba a una crisis crónica de balanza de pagos y, a cambio de un préstamo del FMI, Frondizi se comprometía a la aplicación de un llamado Plan de Estabilización, basado esencialmente en la liberalización del mercado cambiario, la devaluación del peso y un enorme estímulo a la inversión extranjera mediante rebajas impositivas, permiso ilimitado para remesa de beneficios al exterior, reducción radical de tarifas aduaneras, suspensión de control de precios y restricciones comerciales.
Junto con esto, la congelación salarial, el aumento drástico de tarifas, la reducción del gasto mediante la paralización de la obra pública y el despido de la planta de empleados públicos de 40.000 agentes, además de privatizaciones en el sector petrolero, productivo y de servicios. Bah, la clásica receta del Fondo Monetario, pero que entonces sonaba novedosa...
La resistencia y la lucha contra ese plan alcanzó su pico más combativo a mediados de enero de 1959, tras la privatización del frigorífico Lisandro de la Torre.
El día 17 de enero el ejército, con tanques, desalojó a los obreros huelguistas de la planta. Cientos fueron encarcelados.
Una década antes que el Rosariazo y el Cordobazo, en una comuna de alcances, metodología y conciencia verdaderamente revolucionarios, el pueblo de la ciudad de Buenos Aires protagonizó una heroica gesta tras la toma por sus nueve mil obreros del frigorífico municipal Lisandro de la Torre para enfrentar a la privatización ordenada por el gobierno. Los objetivos, los métodos, y la organización propia de la clase trabajadora, arrastró tras de sí al barrio entero, Mataderos, que dependiente de la vida y funcionamiento de la gigantesca fábrica, se plegó en una insurrección popular inusitada, mientras millones de trabajadores participaron de la huelga general de solidaridad, impuesta por el ímpetu y la fuerza de los hechos, a la conducción vacilante de la CGT.
En el Lisandro se faenaban un millón y medio de kilos de carne vacuna por día, además de ovina y porcina. La importancia del Lisandro de la Torre para una política nacional de carnes era inmensa, pues regulaba a todos los demás, y permitía al Estado recuperar una gran cantidad de divisas provenientes de su cuota de exportación, a la vez que fijaba el precio al consumo.
Conocida la noticia de la privatización del frigorífico más grande de América latina, los trabajadores se organizaron para resistirla. La fábrica contaba con un sindicato autónomo ganado por una lista peronista de línea dura conducida por Sebastián Borro, y un poderoso y disciplinado cuerpo de delegados que funcionaba con andato democrático de asamblea. Los obreros se preparaban para rechazar la privatización.
Tenían un contraproyecto para aumentar la productividad y el rendimiento de la planta mediante la adquisición de maquinaria para la utilización y aprovechamiento del sebo, la cerda, la sangre, las pezuñas, etcétera.
Al decir de los trabajadores: -Lo único que no pudimos lograr fue una forma de industrializar el mugido.
Tenían además un argumento de hierro para justificar el mantenimiento del establecimiento en manos del Estado: el frigorífico había servido como un enorme freno contra las empresas monopólicas. El 14 de enero, sin embargo, se sanciona la ley de privatización. Una asamblea de los trabajadores decide la toma y el paro por tiempo indeterminado. Se pide a las 62 Organizaciones, además, que convoque a un paro general. Se forman grupos de obreros para cuidar la maquinaria, evitar sabotajes y atender a los animales.
Previendo la posible represión y basados en experiencias anteriores, organizan la defensa: mantener la caldera encendida para resistir con mangueras de agua caliente; apostar un grupo de obreros para largar la hacienda acumulada si entraban a desalojarlos. Otra comisión visita comercios y vecinos buscando ayuda solidaria. Dos horas después de tomado el frigorífico, decenas de miles de personas rodean la planta en señal solidaria. Durante toda la jornada la fábrica será el centro organizador: estudiantes, vecinos, familiares, comerciantes, todos participarán. La prensa nacional se apostaba en la entrada, ante el portón en el que se cuelga una bandera que reza -En defensa del patrimonio nacional.
Ante la proclama de la huelga, el Comando Nacional de la Resistencia peronista, a través de John William Cooke, declaraba: -Los agentes del imperialismo, desde los cargos oficiales, utilizan el monopolio de la propaganda para atribuir a la huela general los móviles más aviesos y las complicidades más absurdas.
(...) Esta huelga es política, en el sentido de que obedece a móviles más amplios y trascendentes que un aumento de salarios o una fijación de jornada laboral.
Aquí se lucha por el futuro de la clase trabajadora y por el futuro de la nación. Los obreros argentinos no desean ver a su patria sumida en la indignidad colonial, juguete de los designios de los imperialismos en lucha. (...) En un país sometido al capital foráneo, no hay posibilidades de desarrollo nacional. Tampoco puede existir una justa participación de la clase trabajadora en la conducción política, ni en el reparto del producto social. (...) Si los medios de lucha que ha usado no son del agrado de los personajes que detentan posiciones oficiales, les recordamos que los ciudadanos no tienen posibilidad de expresarse democráticamente y deben alternar entre persecuciones policiales y elecciones fraudulentas. No es posible proscribir al pueblo de los asuntos nacionales y luego pretender que acepte pasivamente el atropello de sus libertades, a sus intereses materiales y a la soberanía argentina. No sé si este movimiento de protesta es -subversivo-eso es cuestión de terminología, y en los países coloniales son las oligarquías las que manejan el diccionario.
(...) Por ello el pueblo está en su derecho de apelar a todos los recursos y a toda clase de lucha para impedir que siga adelante el siniestro plan entreguista.
Como representante de Frondizi, el jefe de la Policía Federal, el capitán Ezequiel Niceto, negocia con los obreros y les conmina a que reanuden el trabajo. Les sugería además que pensaran en hacer una cooperativa para arrendar el frigorífico. Los obreros rechazan la propuesta. Al día siguiente se comunica la decisión gubernamental: -Si se mantiene la huelga y la ocupación, el Poder Ejecutivo actuará con toda decisión y energía. Los representantes obreros responden: -(...) el gremio ha decretado la huelga en una asamblea, y nosotros, que somos los representantes del gremio, la haremos cumplir hasta que sea derogada la ley. A la medianoche del día 16, el Ministerio de Trabajo declara ilegal el paro y ordena desalojar el establecimiento a las 3 horas del día 17 de enero.
Se desencadena la represión.
Los piquetes obreros colocados en cada esquina dan la alarma. A la madrugada, veintidós ómnibus cargados de agentes federales se aproximan al frigorífico.
La fuerza represiva sumaba 2.000 hombres. Un tanque militar atropella el portón de la entrada y comienzan los bombazos. Más de 6.000 obreros reunidos alrededor del mástil en el patio de la planta, comienzan a cantar el himno nacional. (-Si en ese momento la gente hubiera tenido algo en la mano no sé lo que hubiera sido capaz de hacer. ¡Realmente era un sentimiento de odio y de bronca! [...] Un ladrillo, cualquier cosa querían tirarle al tanque, cualquier cosa...). Algunos corren a refugiarse de las balas y gases policiales; otros, cuchillo en mano, se abalanzan contra la policía.
Quienes tenían la misión de largar la hacienda lo intentan en vano.
En la huelga de 1948 las largamos y fue una estampida de decenas de miles de cabezas que se llevaba todo por delante, no quedaba nadie, ni policías ni nosotros. En cambio en el 59 salieron, pero al trotecito, y se pusieron a comer el pasto de las veredas: parece que las vacas también habían hecho su experiencia.... Luego de largas horas de una heroica resistencia, los obreros finalmente serán desalojados.
Las 62 Organizaciones, al frente de la CGT, decretan el paro nacional.
Sin organizar la medida y sin tomar ninguna precaución, los dirigentes vuelven a sus respectivos sindicatos. Al llegar, uno a uno serán detenidos: la burocracia se quitaba así de encima la responsabilidad de garantizar el paro que había declarado.
La huelga quedó en manos de nuevos y jóvenes dirigentes. A pesar de la ausencia de dirigentes de primer nivel, el paro se siente fuerte en todo el país. Fue la primera huelga general por tiempo indeterminado de la historia nacional. Los trabajadores de los frigoríficos privados Swift y Armour se pliegan a la huelga con una combatividad tal que el gobierno sólo pudo detenerla mediante una brutal militarización y represión en toda la zona.
El vicepresidente José María Guido, a cargo del Ejecutivo por ausencia del presidente, se dispone a movilizar a las Fuerzas Armadas mientras los medios de comunicación anunciaban la posible aplicación del Plan Conintes (mediante el cual el gobierno movilizaba al aparato represivo de las Fuerzas Armadas ante casos de CONmoción INterior del EStado, y determinaba el juicio a civiles por tribunales militares).
Tras el desalojo, el enfrentamiento se trasladó al corazón del barrio de Mataderos. Durante cinco días, militantes, obreros, vecinos y comerciantes se enfrentaron a la policía ¡y al ejército! en feroces batallas con características de insurrección urbana.
La clase obrera de la zona se transformó en el dirigente espiritual de la población vecina. Era la industria frigorífica predominante quien gobernaba y ordenaba la existencia misma de todo ese complejo urbano.
Los lazos informales de la familia, la vecindad y el lugar de trabajo adquirieron una potente homogeneidad, reforzada en su máxima expresión cuando el Estado y su aparato represivo se aprestó a atacarlos. Estos lazos primarios fueron los que comenzaron de entrada a proveer la seguridad y defensa a los obreros y activistas en un plano que ninguna organización formal podía igualar.
El barrio vivió una conmoción: en la calle, ¡con las manos!, se levantaron las vías del tranvía. Se hicieron barricadas arrancando el adoquinado, se derribaron árboles, se acumulaba madera, se prendía fuego. Participaba todo el mundo, los obreros, los militantes, los familiares y los vecinos. Inclusive los comercios se adhirieron, porque era una lucha que le pertenecía a todo Mataderos.
Durante la noche, los propios vecinos, junto a los obreros, cortaban la iluminación para impedir el ingreso de la policía. Los trabajadores de las inmensas fábricas vecinas, Pirelli y Federal, se unieron a los del frigorífico.
Finalmente, toda esta enorme energía será desarticulada.
El frigorífico será privatizado a mediados de 1960 y entregado a la CAP (Corporación Argentina de Productores de carne), que lo mantendría durante años con suculentos subsidios del Estado. (El complejo se le vendió a la CAP en 380 millones y se le dieron 500 millones para reconvertirlo; sin embargo, la CAP sólo terminó pagando en concepto de compra, de esos 500, 38 millones: todo una anticipación del modus operandi de los 90). Más de cinco mil obreros quedarían en la calle y sus dirigentes fueron detenidos.
El control que la organización obrera había ejercido sobre la producción fue progresivamente debilitado y nuevas condiciones de productividad fueron impuestas.
La represión, el aislamiento y el abandono de la conducción sindical debilitaron al movimiento huelguístico. La burocracia sindical peronista levantó la huelga replegada tras las espaldas del gobierno, temerosa de perder las tibias prebendas cedidas por Frondizi y de la energía con que la clase trabajadora, arrastrando a la mayoría de los sectores populares, tomaba en sus propias manos la lucha contra el plan de entrega reaccionario y la defensa de lo nacional.
A pesar de todo, el proyecto desarrollista de Frondizi quedó definitivamente en el basurero de la historia, pero la resistencia de los obreros del Lisandro de la Torre permanecerá por siempre en la memoria histórica de los trabajadores argentinos.