La deslealtad 

Escrito de Juan Perón

 

Para domar la rebeldía de la Marina en junio de 1955 impusieron condiciones leoninas que, de hecho, equivalían a una extorsión en gran escala. Esa falta de espíritu de lucha explica la interpretación capciosa que dieron a mi nota dirigida a la Junta de Generales. 

Convirtieron un instrumento de pacificación en acta de capitulación. Se olvidaron de que los poderes constituidos existían en plenitud de vigencia, y que en ningún caso podían ser destinatarios de una renuncia cuya aceptación, en todo caso, no les competía ni aceptar ni juzgar. 

La deslealtad debe tener naturaleza parecida a los tejidos cancerosos, porque sus ramificaciones habían invadido el cuerpo vivo de las instituciones. Me quedaba el recurso de aceptar la guerra civil, que nos aseguraba la victoria por una vía cruenta y dolorosa. La rehusé sin vacilar. 

Alguien me dijo que como general no debía hacerlo. "De acuerdo, respondí, si ese General no fuera al mismo tiempo Presidente de la República". Tenía un dolor que me paralizaba la respiración cuando veía a los que me rodeaban en su real acepción, a los Lagos, a los Videla Balaguer, a los Aramburu, que padecían de una pequeñez no precisamente física.

 Hasta los aviadores de la Presidencia. Reducido a la impotencia física, sin otro reducto que la camareta de la cañonera paraguaya, se agudizaron planes de inspiración descabellada que hubiera sido suicida alentar. Hubiera sido lamentable que yo me empeñara en ir contra la corriente. 

Así que prometí, como el diablo cuando fue sorprendido por una tormenta que ponía en peligro su pellejo: permanecer quieto debajo del atrio de una Iglesia a la espera de que pasase el chaparrón. Desensille en el Paraguay y me hice el chiquito. 

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