Siempre el Movimiento Nacional tuvo que enfrentar y desmantelar sistemas coloniales de dominación para poder desarrollar sus políticas de liberación. El primer peronismo enfrentó un entramado llevado adelante por los dirigentes de la Década Infame que tenía su eje central en una cruel explotación de los trabajadores, producto de una economía planificada como satélite colonial de Inglaterra y sometido a un fraude electoral que servía de hipócrita pantalla de democracia formal que se sostenía con la complicidad de todas las instituciones de la república.
Ante esta situación el peronismo desarrolló una política de independencia económica, justicia social y soberanía política que rompió con los lazos de la dependencia. Sin embargo las instituciones sobre las cuales se expandió y organizó no lograron quebrar la funcionalidad del demoliberalismo burgués lo que impidió la consolidación de un proyecto alternativo.
La recuperación de derechos sociales y desarrollo económico fue tan contundente que la dirigencia peronista en general asumió a esa primera etapa de transformaciones colosales como la revolución en sí misma, mientras que Perón las consideraba solamente como reformas previas e indispensables al desarrollo de una política de institucionalidad revolucionaria que cambiaría definitivamente la matriz colonial de la argentina.
El peronismo sufrió en sus dirigencias una especia de “ilusión orgánica” que le impidió desarrollar una filosofía de la acción política distinta a la liberal y esto lo condenó a la burocratización. En el año 1955 seis millones de trabajadores "organizados" no pudieron implementar siquiera una huelga general y hubo que esperar más de doce años para que la rebelión popular se expresara nacionalmente y cuando finalmente estalló, se expandió mas como una insurrección popular que como una rebeldía organizada por instituciones políticas y sociales coordinadas.
De alguna forma el Movimiento Nacional en la actualidad se encuentra en una encrucijada similar. Por un lado tenemos una Nación conmovida por un proceso revolucionario de transformaciones que quebró la matriz colonial de una argentina derruida por un neoliberalismo feroz. Sin embargo todavía las instituciones políticas del país no logran quebrar la funcionalidad liberal y tienden a disolver y disociar el poder del Movimiento Nacional movilizado.
Explicábamos en nuestra primer nota (ver) las características de la actual lucha anticolonialista que se da en circunstancias muy distintas a las del primer peronismo. Las luchas populares han dejado atrás las posibilidades del fraude electoral como herramienta fundamental para el control de las ambiciones corporativas. Hoy la lucha de los enemigos de la nación se centra en impedir las formas participativas que permitan el debate social y cultural de la comunidad y sus dirigencias, aferrándose a las antiguas instituciones del demoliberalismo burgués.
El imperialismo necesita que la discusión política y las decisiones fundamentales se den en el marco participativo de "los profesionales de la política" y los partidos tradicionales. El objetivo sería impedir la maduración política de la comunidad para poder dar rienda suelta a su enorme poder de coacción y disociación a través del manejo de los medios de difusión y manipulación informativa y de su cooptación individual e institucional a través de su poder económico y de influencias corporativas.
Es por eso fundamental plantear el debate sobre las diferencias políticas entre una democracia social y popular y la democracia liberal que debemos dejar atrás. Hay una forma de promover la participación política que nos divide y coloniza y otra que nos libera.
Un proceso de liberación adquiere una dimensión nacional porque la contradicción fundamental, el motor que mueve la evolución social, es la lucha entre los imperios de turno y los pueblos sometidos a sus influencias. Los pueblos se defienden desde una posición nacional que engloba a todos los sometidos por las fuerzas foráneas. Sin embargo el apetito colonialista siempre encuentra la complicidad de las oligarquías nativas que se saben débiles ante su propia comunidad por su actitud explotadora. Ya lo expresaría José María Rosa al referirse al imperio inglés y su relación con la burguesía argentina: “...Poco le interesan los talleres artesanales a la burguesía nativa que piensa como "clase" y deja de lado la "nación". Esa clase toma la libertad como culto nacional: adopta el liberalismo en su beneficio pues ha comprendido que la libertad favorece a los fuertes, y la burguesía será la fuerte en el medio nativo. Sostiene el liberalismo político que significa su preeminencia interna, apoyada naturalmente en el liberalismo económico que favorece a los foráneos.” “El Estado dominante que ya podemos llamar metrópoli favorecerá el liberalismo político que deja el gobierno y la preeminencia interina en manos de una clase sin mentalidad nacional, y garantiza con eso la permanencia del liberalismo económico exterior.” (ver nota completa).
Una lucha nacional se da entonces en el plano político y cultural contra esta clase nativa colonizada que opera políticamente aliada a los intereses imperiales. Vimos en la primer nota que esta lucha está además acotada por una nueva situación en la evolución cultural de la humanidad, con una revolución de los medios masivos de información y comunicaciones, que al brindar a los pueblos una cantidad de información y capacidad de discernimiento inédita, obliga a desarrollar una forma de participación política original que dé respuesta a esta nueva potencialidad ciudadana.
Explicábamos como los principios doctrinarios eran una herramienta fundamental para poner en marcha esta nueva participación comunitaria. Compartir una Doctrina Nacional permite una especie de acuerdo entre el dirigente y su pueblo para lograr una unidad conceptual que permitirá poner en marcha un proceso creativo de autodeterminación popular.
Una política nacional es la expresión de esta unidad conceptual entre el dirigente y su pueblo. Ver la realidad "con un mismo lente" y poseer una misma escala de valores respecto de lo malo y lo bueno en la acción política, provoca esa "armonía ideológica" que permite que el dirigente exprese "lo que el pueblo quiere". De esa misma manera el pueblo se siente identificado con la acción y puede apropiarse y responsabilizarse de ella junto con sus dirigentes.
Si se me permite una anécdota personal, cuando Cristina Kirchner reestatizó YPF, los militantes no tuvimos que ponernos a analizar "que nos quería decir nuestra presidenta con esta acción política". En mi caso simplemente fue llamar a los compañeros para realizar el festejo y brindar. Esta comunión entre la acción de nuestros dirigentes y nosotros no es mágica. Simplemente compartimos los mismos principios doctrinarios.
Es la unidad en los conceptos doctrinarios lo que permite la nueva relación entre dirigentes y el pueblo y que permite romper el verticalismo individualista del demoliberalismo. Claro que esta nueva relación ciudadano-dirigente que propone el peronismo no es suficiente para lograr la ansiada maduración de la cultura social como herramienta de liberación, es necesario estimular además la participación en las decisiones del Estado de aquellos ciudadanos que decidan sumarse aportando su actitud militante movilizada.
Esta unidad con los dirigentes y el Estado es fundamental para lograr ese encuadramiento popular. Para profundizar la toma mayor de responsabilidades acorde el lugar de actividades que se tenga en la comunidad (gremial, social, empresario, estudiantil) es necesario primero adoptar una doctrina común para “sentirse” parte de ese proceso de transformaciones nacionales.
Muchas revoluciones se han perdido en las marañas burocráticas cuando aflora la sombra del vanguardismo político de la izquierda o la soberbia profesional de los políticos liberales.
Cualquier militante o ciudadano esté donde esté y con cualquier
caudal de compromiso, se debe "sentir" protagonizando una lucha
nacional y partícipe en las grandes transformaciones y batallas
para sumar a la par la suya individual, como parte de una agrupación,
de un gremio, de una unión vecinal, en las redes sociales o donde
fuere.
La mística militante debe surgir de sentirse parte de una batalla en contra del colonialismo opresor, de sentirse constructor de la grandeza de la nación y la felicidad del pueblo. Mientras repartimos un volante en la calle, o enseñamos a un cumpa en un barrio humilde, cuando subimos una información a facebook contra alguna gorilada, al mismo tiempo nos debemos "sentir presentes” en las reuniones de Axel Kiciloff en contra de los buitres, o en la Casa Rosada junto a Cristina defendiendo los intereses de la patria. La doctrina nos une a todos y de esa unidad sacamos nuestra fuerza y nuestra mística revolucionaria.
Muchas veces los militantes no sentimos un poco solos y aislados en nuestras tareas, y nos sentimos renacer en los actos multitudinarios cuando nos vemos tantos y tan juntos. Por eso debemos renovar la fe en nuestra doctrina y esta unidad conceptual, ya que debemos asumir que cuando nosotros “miramos la realidad” hay millones de compañeros que la “están mirando” de la misma forma, y cuando repartimos nuestro volante en un barrio, debemos “sentirnos” que somos millones sumando esos pequeños esfuerzos, transformándonos en una enorme fuerza popular. Esa es nuestra fuerza, ese es el poder de pertenecer a un movimiento nacional que posee un objetivo en común y está atravesado por los mismos principios doctrinarios. Esa es la "magia" de la unidad de acción.
Por eso es tan importante que los dirigentes siempre elaboren sus políticas de estado explicándolas desde los principios que comparten con el pueblo porque es lo que los va a unir a él y permitirá en sentido inverso la inclusión popular en las decisiones de estado.
La sofisticación teórica que presupone la acción del estado debe desarrollarse en función de llevar adelante la acción concreta del gobierno, pero esta teorización nunca debe proyectarse en términos ideológicos hacia el futuro, aplicando una racionalización que intente demarcar un camino preelaborado. La construcción identitaria de nuestra revolución se hace día a día y es producto de la aplicación de principios simples y contundentes que se comparten con el pueblo. Alejarse de ellos nos condena a un “vanguardismo” que nos aleja de lo popular es decir, de nuestro poder de sustentación.
Por eso el libro Conducción Política explica la conformación del poder popular como la resultante de tres elementos que son: la doctrina, la teoría y las formas de ejecución.
La unión entre el pueblo y su dirigencia esta en compartir los principios doctrinarios y la acción del estado debe nacer de la interpretación de los dirigentes que hacen realidad en hechos políticos concretos. Lógicamente la aplicación de estos valores a la realidad van gestando toda una serie de teorías de alta significación ideológica.
Hoy la Argentina es una referencia mundial respecto de algunas teorías desarrolladas al calor de un gobierno que levanta las banderas de justicia social, independencia económica y soberanía política. Vaya como ejemplos la política de Derechos Humanos, la Ley de Medios y la resistencia al capitalismo financiero mundial.
Sin embargo la acción política fundamental siempre debe provenir de la aplicación concreta de nuestras tres banderas revolucionarias que se comparten con el pueblo. Cualquier inadecuada ideologización del discurso político que se interponga entre los principios doctrinarios y el pueblo atentará contra unidad de acción y generara tensiones de desconfianza al tomar la acción política tintes de vanguardismo revolucionario o profesionalidad liberal.
Dos factores negativos surgen cuando no se puede consolidar una doctrina nacional que unifique en una misma concepción política al pueblo, militantes y dirigentes: la burocratización y la corrupción.
La falta de una doctrina nacional provoca en los militantes que participan desde sus ámbitos de actividades particulares a sentirse excluidos de las grandes decisiones nacionales. Las acciones de la dirigencia nacional les resultan ajenas e inaccesibles y por lo tanto decae la mística que motoriza la participación. La indiferencia y la falta de compromiso es la resultante.
La falta de una proyección hacia una actividad política nacional también provoca que aflore una actividad de carácter profesional es decir de defensa de los intereses del núcleo de pertenencia donde se trabaje: social, gremial o estudiantil. La falta de solidaridad del activismo con una causa nacional estimula la aparición de la filosofía liberal de la defensa de intereses sectoriales. La política correcta es la armonización de las reivindicaciones sectoriales con los nacionales en función de hacer crecer el poder popular.
Esto provoca también el surgimiento de un verticalismo en las relaciones entre el dirigente y sus bases ya que se abandona la filosofía de la conducción (ver más sobre filosofía de la conducción). Una cosa es conducir una armonización de intereses sociales con una política nacional que es una acción creativa comunitaria y permanente -es una dinámica diaria y cambiante- y otro es defender los intereses particulares en forma independiente.
Este aislamiento anula la solidaridad social fundamental para mantener la ética revolucionaria del peronismo. Además cuando defendemos los intereses particulares, deja de tener sentido la incorporación movilizada y multitudinaria. Todas las organizaciones políticas, sociales, gremiales, estudiantiles, profesionales etc., tienen en la actualidad los cuadros necesarios para desarrollar en esas instituciones una funcionalidad liberal para la defensa de sus intereses profesionales. Pero una cosa es pelear por los intereses de un gremio -por citar un ejemplo- y otra es pelear desde un gremio por los intereses de la patria que incluye los intereses de ese gremio
Esta limitación al encuadramiento genera la burocratización ya que pone un límite al crecimiento orgánico quitándole además su dinámica revolucionaria. Esto abre también las puertas a la corrupción ya que la ética que promueve la acción de los dirigentes pasa a ser prácticamente de índole personal. La ética revolucionaria está en el marco de un proceso mucho más comprometido. No es lo mismo traicionar un compromiso moral personal que un compromiso colectivo y revolucionario que incluye la historia y memoria de miles de compañeros caídos en el camino hacia los objetivos comunes.
Evita señalaría estos procesos de degradación como la oligarquización de las dirigencias, que aún desarrollándose con un sentido propositivo y superador, detienen y conspiran contra la marcha hacia una democracia sustancial y participativa. En el peronismo no tendría que existir portación de apellido como esquema de acceso a cargos de dirección, ni tendría que existir la idea de que tal o cual conjunto de dirigentes puede armarse a dedo en base a billeteras y llegadas varias a lugares de decisión, postergando y opacando la militancia.
Verdad Peronista 7º. Ningún peronista debe sentirse más de lo que es ni menos de lo que debe ser. Cuando un peronista comienza a sentirse más de lo que es, empieza a convertirse en oligarca.
Enfrentados contra este intento de participación y unidad conceptual
masiva entre pueblo y estado, surge el intento colonizador de los "demócratas
liberales" que buscan mantener los privilegios de las decisiones
políticas aisladas del pueblo y que incentivan con esta actitud
un estado de individualismo materialista ya que impiden la relación
social entre el pueblo y la comunidad, afirmando que la política
es un tema de profesionales y administradores eficientes.
Para ellos, que no creen en el pueblo -ya que parten de una moralidad
construida sobre el saber al cual solamente acceden los privilegiados-
esta nueva relación que propone el peronismo les resulta un circo
demagógico, porque lo ven con los lentes de su propias convicciones
antipopulares y clasistas.
Por supuesto que justifican su acción colonial con un discurso propio de otro siglo, enfrentando esta nueva realidad como si se tratara de una monarquía absolutista. Atacan a los esfuerzos de socialización política acusándonos de populistas pues a través de su visión antipopular cualquier relación con su comunidad más allá de la acción electoralista es para ellos manipular al pueblo para mantener sus intereses.
El peronismo siempre profundizó su relación con la comunidad porque considera que la revolución es un proceso de transformación que se realiza en conjunto con el pueblo que comparte los principios doctrinarios. El primer peronismo rebalsó los limites participativos de la democracia colonial de la década infame. El pueblo desde el 17 de octubre siempre fue protagonista y participe de las acciones políticas de la revolución justicialista. Su presencia fue activa no solamente en los actos comiciales, si no también siguiendo toda la agenda política. Todos los 1 de mayo y 17 de octubre eran verdaderas asambleas populares plesbicitarias. Todas las acciones de gobierno eran acompañadas de una multitudinaria presencia popular.
Para el liberalismo que acotan la participación política del ciudadano solamente en las campañas políticas es incomprensible la presencia movilizada del pueblo. Para el peronismo que estimula el compromiso del ciudadano en términos de su movilización activa sobre las transformación ejecutiva del estado, el ciudadano elige no solamente cada cuatro años en las épocas electorales sino que su elección es todos los días en función de su movilización personal.
Por supuesto que esta posición política es disfrazada por los representantes coloniales con el famoso discurso liberal. Discurso con un grave olor a naftalina que viene siendo reproducido desde épocas inmemoriales por los colonizados de turno. Esto nos obliga a meternos un poco en el túnel del tiempo para desmenuzar sus viejos conceptos de igualdad y defensa de las libertades individuales que –aunque parezca mentira- vuelven a esgrimir con una tozudez ya casi suicida.
El liberalismo basa su prédica en una ficción que sonaba revolucionaria en los tiempos del derecho divino de los reyes feudal, donde desde un constitucionalismo jurídico se proveía mágicamente de igualdad, justicia y libertad a todos los ciudadanos. Es evidente que esto no existe en las comunidades "democráticas" de los países en vías de desarrollo. El sistema demoliberal además de cristalizar la injusticia -dando los mismos derechos y posibilidades a poderosos y sometidos- garantiza los privilegios corporativos al sostener formas participativas que impiden la generación de un poder político que resuelva realmente la falta de igualdad, libertad y justicia. De eso se trata el peronismo. De una lucha por poner en marcha una verdadera democracia donde estos deseos se hagan realidad (para ver más sobre la ideología liberal).
Cuando la política no puede concebirse como una construcción
de un proyecto nacional comunitario se transforma en un juego de política
de círculos donde lo único que está en juego es el
acceso a la administración estatal y su enorme poder.
Desde ahí, basadas en un sistema demoliberal la política toma características absolutamente electoralistas. Pero quizás lo más grave de todo sea la corporización de un sistema que impide la maduración cultural del pueblo y por ende también del dirigente. El sistema de participación política que sugiere el peronismo impone no solamente la maduración comunitaria, sino también la complejización de la organización política, multiplicando los organismos participativos en coordinación con el Estado. Esto obliga a un proceso de maduración política permanente de los dirigentes a cargo de la conducción.
Es necesario entonces acentuar las diferencias entre las dos formas de hacer la política, la de la democracia formal, corporativa y colonial, y nuestra democracia social, movilizada participativa y plena de lucha detrás de nuestra tres banderas revolucionarias.
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