Por Daniel Di Giacinti

 

Empoderamiento: se refiere al proceso por el cual las personas aumentan la fortaleza espiritual, política, social o económica de los individuos y las comunidades para impulsar cambios positivos de las situaciones en que viven. Generalmente implica el desarrollo en el beneficiario de una confianza en sus capacidades.

 

Nuestra presidenta nos llama a empoderar al pueblo de las profundas transformaciones que el gobierno ha realizado y realiza en su camino de recuperación de la nación:


“...Quiero también convocar a todos los argentinos a esta gesta, a que esta década ganada, le siga otra década más en que los argentinos sigan ganando también. Porque yo me pregunto, yo no soy eterna, lo he dicho muchas veces, y lo que es más importante, tampoco lo quiero ser. Es necesario empoderar al pueblo, a la sociedad de estas reformas y de estas conquistas para que ya nunca nadie más pueda arrebatárselas, y sé de qué estoy hablando...”

 

Refuerza de esa manera la necesidad de superar la idea de la personalización del poder, de romper con una forma de conducción gregaria que descanse sobre una concentración de autoridad sobre su persona.
Pide que se empodere al pueblo del proceso de transformaciones que el movimiento va realizando para que nunca se pueda volver atrás, gobierne quien gobierne.


“...Yo en ese momento convoqué a una organización de la sociedad, que luego creo que fue todavía explicitado durante el acto, que tuvo lugar en Plaza de Mayo, el 25, que es empoderar a ustedes – a la sociedad – de sus verdaderos derechos, de sus legitimas conquistas y también de sus obligaciones, porque junto a las conquistas y a los derechos están las obligaciones. Y no puede haber obligación más importante que cuidar esos derechos y esas conquistas no solamente para nosotros, para nuestros hijos, sino para todos los argentinos y para los que vendrán más adelante...”


De alguna forma pide que se ponga en marcha un proceso de participación popular activa que permita al ciudadano dejar de lado una actitud pasiva e individualista y se vuelque en una acción solidaria hacia su Comunidad.


La filosofía de acción política del gobierno nacional rompe con la filosofía de acción política liberal que descansa sobre el supuesto de que el Gobierno debe prescindir de toda intervención en las actividades sociales, económicas y políticas del pueblo. Esta década ganada a demostrado contundentemente los beneficios de enfrentar esa visión neoliberal que lo único que ha logrado es una tremenda anarquía política, una brutal crisis financiera y la explotación del hombre en lo social.


Es necesario entonces profundizar el proceso en el terreno de lo político incorporando al pueblo a que se haga dueño del proceso de transformaciones. Sin embargo las instituciones políticas que nos rigen están constituidas sobre una filosofía de acción que de alguna forma niega la posibilidad de una acción popular creativa, o directa. Y esto atenta contra el empoderamiento de las transformaciones, ya que el ciudadano difícilmente se pueda apropiar de una acción donde no se siente partícipe. La forma de representación política liberal que resultara revolucionaria cuando enfrentaba el “derecho divino de los reyes” feudal se transforma hoy como una dique de contención a los deseos participativos de los pueblos.


Esto resulta pernicioso para los movimientos de liberación porque condenan a los ciudadanos a una acción materialista e individualista que los “infantiliza” y los deja indefensos ante el poder de las corporaciones que permanentemente reciclan sus dirigencias formándolas sofisticadamente ante los procesos socio-políticos que se hacen cada vez más complejos.

 


De alguna manera este empoderamiento que habla nuestra presidenta necesita una actitud contraria que permita como ella dice, hacerse cargo de los nuevos derechos pero también de las obligaciones. Es decir la comunidad en su conjunto debe participar de la toma de decisiones que llevan adelante un proceso de transformaciones que libere al país de su condición colonial. Esta nueva participación generará la madurez colectiva que provocará lógicamente un fortalecimiento de la autoridad política, y una mayor armonía en los conflictos comunitarios que generará la ansiada Unidad Nacional.


Ahora bien, esta participación creativa del pueblo no resulta fácil de presentar, porque es necesario armonizar el libre albedrío individual con la acción colectiva. Por supuesto que esto no es un proceso inmediato, no es poner la nación en términos de una gigantesca asamblea popular, sino que es un proceso de construcción de una nueva cultura política que deberá promover un nuevo tipo de dirigencia y un nuevo tipo de ciudadano.

 


Se trata de refundar el Estado delineando los valores de un nuevo concepto de autoridad, donde el pueblo y sus dirigentes acepten que las nuevas verdades políticas, las nuevas identidades socio culturales, los nuevos paradigmas que nos identifiquen como nación, deberán ser una construcción en común con el pueblo y no una imposición de una serie de “políticos iluminados” o de “vanguardias esclarecidas”. El nuevo hombre que se está corporizando raudamente en medio de la revolución cultural más extraordinaria de la historia de la humanidad, necesita de herramientas de participación que le permitan explotar un potencial de información y cultura nunca antes imaginado.

 


No puede troncharse ese enorme potencial cultural del ciudadano a la sola espectativa de elegir la administración del estado, sino que ese nuevo hombre debe tener la posibilidad de definir las políticas nacionales que vayan construyendo la comunidad donde desee vivir.

 


Esa es la diferencia fundamental entre la democracia social planteada por el justicialismo y el democracia liberal, que poniendo en manos de un reducido grupo de dirigentes la “administración de la libertad” condena a su pueblo a una actividad consumista, acrecentando sus valores hedonistas e individualistas.

 


La lucha por la liberación de la nación depende de poner en marcha este nuevo concepto de ciudadano, ya que las políticas de colonización de los imperialismos dominantes en el mundo -y de las corporaciones que defienden sus intereses a niveles locales-, sólo pueden triunfar manteniendo al pueblo en una situación de división y de incultura política para poder dar rienda suelta a sus poderes disociativos. Estos son acrecentados por el dominio de medios de información a su servicio asociados con verdaderas usinas de "libre pensadores" e ilustres "Academias" que promueven los idearios de la defensa de la individualidad a ultranza. Estos intereses imperiales solamente pueden ser enfrentados por los pueblos ejerciendo el camino contrario, es decir combatiendo al individualismo con el aumento del compromiso solidario al participar de la construcción de nuevas políticas sociales.


 

 

El fin de las ideologías

 

“...Así como la monarquía terminó con el feudalismo y la república terminó con la monarquía, la democracia popular terminará con la democracia liberal burguesa y sus distintas evoluciones democráticas, de que hacen uso las plutocracias dominantes...”

(Juan Domingo Perón)

 

 

Un proceso de autodeterminación popular como plantea el peronismo es un camino inédito y de paradigmas totalmente fundantes. Los medios de comunicación de masas y esta gran revolución cultural que vivimos provoca que el nuevo ciudadano pueda masivamente participar de las tomas de decisiones políticas para definir el futuro de su comunidad. Esta instancia provoca la caída de las ideologías como ordenadores de la actividad política.

 


La potencialidad creativa de los pueblos no pueden ser tronchadas por la imposición de ideologías preelaboradas, ni circunscribiendo su actividad a elegir a políticos profesionales que decidan por ellos.

 


Los sistemas representativos para estar legitimados por los pueblos deben permitir al ciudadano la participación en función de sus nuevas potencialidades culturales. El mundo está atravesando una crisis de autoridad política profunda. Los movimientos de “indignados” –por tomar un ejemplo de las actuales turbulencias sociales- quizás no tengan bien en claro que es lo que quieren, pero -como suele suceder habitualmente en las épocas revolucionarias- saben perfectamente lo que no quieren.

 


Es una evidencia que los sistemas políticos demoliberales no dan respuesta a la complejidad de un mundo que se corrompe día a día ante una injusticia social cada vez más profunda. Ahora bien, la cuestión es cómo reordenar, como organizar esta nueva forma participativa sin que se transforme en un caos debido a las enorme diversidad de intereses de las comunidades modernas. Como bien diría el filósofo marxista John Holloway, la pregunta sería “...como construir un nuevo poder sin tomar el poder...”, es decir, como recomponer un nuevo orden sin reproducir las limitaciones morales y éticas del anterior. O dicho de otra manera como generar una nueva autoridad que permita la aparición de una nueva moral y una ética realmente revolucionaria.


Para ello debe romperse este verticalismo que el liberalismo asigna a los pueblos reduciéndolos a una actitud de espectadores de los acontecimientos, dejando en manos de una "clase profesional" la administración de la sociedad, mientras el hombre se dedica a una carrera materialista de “consumo eterno”, promoviendo una actitud de descompromiso egoísta que provoca una permanente "incultura" política y su consecuencia lógica: comunidades desunidas y colonizadas.

 

Por otra lado tenemos la fallida experiencia de los socialismos dogmáticos que provocaron la burocratización de los procesos transformadores, por haber sido tomada las decisiones fundamentales por un grupo de "iluminados" –sea un Partido Revolucionario o una vanguardia esclarecida- y no por el conjunto del pueblo.

 


“...Hoy no es posible pensar organizarse sin el pueblo, ni organizar un Estado de minorías para entregar a unos pocos privilegiados la administración de la libertad.

Esto quiere decir que de la democracia liberal hemos pasado a la democracia social...”


(Juan Domingo Perón)

 

 


Está quedando claro que el camino de la autodeterminación comunitaria no es como planteaba el marxismo, un camino que se inicia “a posteriori” de la transformación de los elementos que provocaban la explotación y “el fetichismo de las relaciones sociales”, sino que -como plantea el peronismo- la autodeterminación comienza en el mismo momento que un pueblo toma la decisión de ser libre, al proyectarse en una nueva autoridad o conducción que desarrolla el proceso de transformación y la lucha.

 

La nueva moral y la nueva ética es un desarrollo inmediato, que se verá crecer paulatinamente en nuevos grados de solidaridad crecientes en la comunidad. No debemos confundirnos con “el fin de las ideologías” que fue expuesto por Francis Fukuyama como consecuencia de la caída de las experiencias del marxismo dogmático y que anunciaba el triunfo de los paradigmas del capitalismo y el triunfo del individualismo liberal. Para nosotros el fin de las ideologías significa el fin de las soluciones políticas preelaboradas científicamente que dejan fuera de la acción creativa a los pueblos. El fin de las ideologías es para el peronismo el nacimiento de la hora de los pueblos.

 

 

 

El justicialismo: una herramienta al servicio de la creatividad popular


El justicialismo es simplemente un intento de brindar a los pueblos una herramienta de organización política que permita una relación armónica entre el individuo y su comunidad, alentando la participación social en la definición de políticas de Estado. Por supuesto que estos intentos realizados en vida del General Perón, tuvieron siempre que enfrentarse con un tiempo histórico que hacía difícil comprender que un proceso de autodeterminación popular era tan posible como necesario.

 

Que el pueblo pudiera participar masivamente en procesos de creación política era algo absolutamente impensado en los 50 como así también en los 70. Solamente con el crecimiento explosivo de los medios de comunicación de masas, así como la aparición de internet y las redes sociales, pueden brindarse a estas propuestas una marco de acto posible. Hoy parece natural ver a los pueblos debatir sobre políticas de estado y tomar decisiones como opinar sobre Reformas Constitucionales.

 

Pero si bien esto es evidente, no lo es la forma de instrumentarlas, la forma de transformar estos procesos participativos en nuevas instituciones políticas que las sostengan. La gran pregunta es cómo hacer para brindar una identidad y organizar un proceso político donde las decisiones deben ser tomadas por todos. ¿Cómo lograr la identidad ideológica en las acciones políticas en un proceso donde las mismas, para tener posibilidad de sustentación deben ser una decisión en común? ¿Cómo ordenar el poder y el estado si aparentemente todo debe ser una acción deliberativa?

 


 

La doctrina, el gigante dormido

 


“...El punto de partida de toda organización consiste en organizar a los hombres espiritualmente; que todos los hombres comiencen a pensar y sentir de una manera similar, para asegurar una unidad de concepción que es el origen de la unidad de acción.


Juntar hombres y realizar organizaciones no resuelve nada, si cada uno de esos hombres no siente lo que hay que hacer y no sabe lo que hay que hacer.


Lo importante es tener una masa orgánica, y en lo orgánico la organización espiritual es lo importante; porque si ustedes forma cien individuos que piensan como quieren y los juntan enseguida se separarán solos, pero tomen cien individuos que piensen de la misma manera y no se separarán jamás.


¿En qué consiste la organización espiritual? En la doctrina .

Ahí radica todo porque mediante la doctrina todos pensamos de una manera similar, y lo que se trata al inculcar la doctrina, es precisamente de llevar a los hombres a una concepción similar de la vida y de la acción en beneficio de la vida del movimiento...”


(Juan Domingo Perón, Conducción Política)

 

 

La propuesta orgánica del peronismo plantea un camino tan revolucionario como inédito, busca la unidad conceptual en el acto previo a la construcción ideológica, luego transformada en acción política. Busca brindar una serie de principios en común para "ver" la realidad y una serie de principios que nos servirán como una tabla de valores generales. Las personas que estén imbuidas de esa valoración común y esos principios, al ver la realidad de una misma forma o con el mismo "lente" y al poseer una misma tabla de valores para discernir lo malo de lo bueno, tenderán -desde su libre albedrío individual- a una unidad en la acción política.

 

Estos principios generales tienden a brindar una unidad de concepción en el movimiento político que puesto en marcha genera una acción política que pese a la diversidad de conjunto tendrá una clara identidad revolucionaria manteniendo características propias y una dirección adecuada. En 1947, transcurridos más de cinco años de lucha por llevar adelante las transformaciones que permitieran la puesta en marcha de la autodeterminación popular, Juan Perón enunciaría estos principios en una Doctrina Nacional. Tres años después produciría su primer gran síntesis en las 20 Verdades del peronismo, presentadas ante el pueblo congregado en la plaza de mayo el 17 de octubre de 1950. Se pediría al pueblo que cualquiera sea su idea en la acción política cotidiana no se atentara contra estos principios generales.


El ideal y objetivo final de la revolución justicialista es la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación. Objetivos simples y contundentes, que aparecen extremadamente sencillos ante la sofisticación ideológica a la cual nos tienen acostumbrados otros pensamientos políticos.


Es que la sofisticación del peronismo reside, no en una elucubración intelectual, sino en la vertiginosa sensación de formar parte del enorme potencial de un pueblo puesto en marcha, con una gran diversidad de matices, transformando lentamente una realidad que se va moldeando ante su decisión inclaudicable de buscar una comunidad mas justa. Los sofisticado en el peronismo es su acción popular, multifacética, a veces contradictoria y cambiante, casi caótica, pero con una direccionalidad definida y unida en el objetivo de la liberación nacional. Es que el basamento doctrinario permite eso: ordenar a un pueblo, como un río caudaloso embravecido y aparentemente inmanejable pero que viaja en una cauce definido y con una única dirección posible.

 

 


“...La doctrina no es una regla fija para nadie.

Es en cambio una gran orientación, con principios que no se cumplen siempre de la misma manera.

No está atado a nada fijo, pero sí tiene la orientación espiritual para resolverse, en todas ocasiones, dentro de una misma dirección, y en un inmenso campo de acción para la ejecución...”


(Juan Domingo Perón, Conducción Política)

 


Es fundamental entonces rescatar la extraordinaria importancia que tiene el trabajo de expansión de esta valoración común en el pueblo, especialmente en los trabajadores, llevado a delante por más de 50 años de prédica de la revolución justicialista.


Una doctrina que el pueblo asumió en términos ideológicos y luego transformó en hechos culturales, e inmodificables de la cultura argentina. Podríamos decir que luego de décadas de adoctrinamiento y debido a la confirmación que en el trascurso del tiempo han tenido los principios justicialistas, estos se han transformado en el subcociente colectivo de toda la nación argentina.

 


El triunfo del Kirchnerismo en este aspecto, es haber armonizado su acción política con la concepción doctrinaria que subyace en la conciencia colectiva. De ahí el resurgimiento de la autoridad política real, y porque no decirlo, de la alegría peronista, una alegría que solo asoma en las comunidades cuando se sienten conducidas a un destino de grandeza y de liberación.

 

 

Dirigentes o conductores


Volviendo a las dudas de John Holloway, otro de los problemas de las ideologías positivistas era el verticalismo unidireccional entre los dirigentes y sus comunidades, reducidas a una participación acotada que provocaba finalmente un aburguesamiento materialista o una burocratización.

El adoctrinamiento como base de la organización popular también resuelve el problema de la verticalidad, porque en realidad al tener todos la misma valoración el que dirige es el mejor de nosotros. Pero el dirigente lo es, porque ejecuta con eficacia una acción que todos podemos vislumbrar de una misma manera y podremos además juzgar como adecuada o no.


Un pueblo adoctrinado comparte el desarrollo y lo realizado por la conducción del movimiento porque ve confirmar en los hechos lo que en su mente y su corazón la doctrina le indica. Se siente participe de la acción que vive como propia y además la unidad conceptual entre la dirigencia y el pueblo permite una acción de evaluación y crítica permanente. Por eso hablamos de conductores y no dirigentes ya que el que conduce está en una actividad de interpretación permanente de su pueblo y avanza junto a él. La experiencia de la democracia social es de conjunto, el conductor no puede avanzar si no se produce la maduración política del pueblo, la propia experiencia del peronismo en 1955 es inapelable en ese aspecto.


En el justicialismo el pueblo es parte de una acción común donde todos tienen una función que cumplir. Por eso para nosotros organizar y empoderar es adoctrinar, es brindar al que se suma a nuestro movimiento ese basamento fundamental que es la valoración común, que nos une a todos y que le brindará la armonía de conjunto en la autodeterminación comunitaria. Recordemos que solo se puede conducir lo organizado, o sea lo adoctrinado.

 

 

La doctrina, el gran olvidado


Ahora bien debemos aceptar que el tema doctrinario ha sido un poco abandonado por las dirigencias que no han comprendido su sentido revolucionario. Lo repetiremos un vez más, en un proceso de autodeterminación política lo único que garantiza la identidad común y permite la organización es su basamento doctrinario. Entonces es inexplicable que desde las dirigencias peronistas se haya abandonado la prédica sobre la importancia de la doctrina, ya que la construcción de un poder revolucionario e institucional dependen de ello.

 

No hay institucionalización posible si no hay reafirmación doctrinaria. De recuperar el sentido revolucionario de la doctrina como herramienta organizativa depende nuestro futuro como Movimiento Nacional.

 

 

“Ya no sirven las ideologías, Marx fue el último de los ideólogos, la Z de las ideologías.

Hoy la revolución pasa por la doctrina.


Las ideologías le daban a los pueblos tres o cuatro líneas generales a seguir. Los obligaban a ajustarse a un libreto fijo para cumplir con un objetivo.


( ... ). El hombre de hoy quiere saber que papel juega en todo esto y aportar lo suyo.

Las ideologías han fracasado porque los problemas son diferentes.

El hombre de hoy se resiste a que se le embrete, a que se le empuje.


Quiere ser hombre. La doctrina, al estimularlo, al comprenderlo, le da ese lugar que le corresponde en la historia.


Y sólo así es como se puede liberar, lograr la unión nacional, regional, continental, la Revolución Humana.( ... )


Se trata de que todos los argentinos construyamos la estructura revolucionaria, que es el poder mismo.

De esta forma el pueblo no delegará el poder, sino que lo ejercerá, será suyo.


El poder no es el gobierno solamente. El poder surge del bienestar general y de la participación total".


(Juan Domingo Perón)

 

La buena gestión


Hay una creencia equivocada sobre la Conducción del Estado que provee una visión distorsionada sobre el poder político. Esta creencia supone que la liberación depende solamente de una gestión de gobierno adecuada y al servicio del pueblo. Cosa de por sí muy buena si la comparamos con los que la ponen al servicio de intereses corporativos e imperiales. Sin embargo esto sólo no basta para resolver el problema de la dependencia.


Una buena conducción política debe además de ser una fiel intérprete de su pueblo -o al menos intentarlo- debe propugnar que sus decisiones políticas fundamentales sean tomadas por su Comunidad. O por lo menos parte de ellas. El sentido de las restauración de los derechos avasallados por el capitalismo es ir incorporando a las decisión políticas a la mayor cantidad de pueblo posible.


Mientras se dignifica al pueblo debe organizárselo e incentivar su participación, ya que la única manera de consolidar el camino de la liberación es acrecentar el sentido solidario de la comunidad, y ello solo será posible si se abren los caminos para que esa participación se consolide.

 


La participación de organismos populares en la consolidación y discusión de la Ley de Medios es un ejemplo positivo en ese camino. También la implementación de los presupuestos participativos a nivel municipal. Sin embargo este tipo de participación es visto en general como algo bueno, cuando en realidad para el peronismo es la única herramienta revolucionaria si queremos consolidar la liberación. Lo que la transforma no solamente en algo bueno sino imprescindible. Solo la participación activa podrá incentivar el debate y permitirá la maduración colectiva que provocará la Unidad Nacional.


Otro problema es que no se relaciona la acción política actual con los principios doctrinarios. Esto provoca que el poder se aleje de los basamentos populares ya que lo único que los une en forma indubitable es la unidad conceptual. Es peligroso para el movimiento nacional que las profundas transformaciones provocadas por kirchnerismo no sean vistas como el producto de la aplicación de esos principios doctrinarios avalados por todo el pueblo y que nos unen a un historial de luchas heroicas de más de 60 años y que se presenten como el resultado de la eficacia de un grupo de políticos iluminados, típica caracterización de la democracia liberal. Pueblo y gobierno deben marchar unidos en la acción y transformación de la nación que resurgió de la mano de Néstor Kirchner, y esa unidad sólo la puede dar la fusión doctrinaria.

 

Los peronistas dogmáticos


Por otro lado el gobierno de Cristina debe tolerar el ataque permanente de los denominados peronistas dogmáticos. Este grupo asume la teoría de que el dirigente es peronista cuando se declara un profundo conocedor del dogma y la doctrina peronista, y es capaz por ejemplo de recitar de memoria las 20 Verdades Peronistas. Curiosa teoría que les permitió en otros tiempos dejar cooptar al Movimiento Nacional con propuestas políticas aberrantes como el masserismo o el menemismo.


Lo real es que pueblo y dirigentes están unidos por el dogma peronista, que es lo que les da la unidad de concepción, pero la dirigencia será peronista si realmente es capaz de aplicar esos principios en la elaboración de una teoría capaz de provocar una forma de ejecución adecuada para el Movimiento Nacional. Es decir los dirigentes no se miden por lo que dicen sino por lo que hacen.


En ese sentido nadie puede dudar de que el proceso de transformación socio-económica llevado adelante en esta Década ganada guarda una armonía y es sin duda una continuidad del proceso de transformaciones del peronismo histórico llevado adelante por el General Perón en sus tres presidencias anteriores.
Podrán juzgarse las acciones políticas como adecuadas o no, dependiendo de la visión política coyuntural que se tenga, pero nadie puede dudar que son el producto de interpretar los principios históricos del peronismo.

 

 

Las formas organizativas: el Estado y las Organizaciones Libres del Pueblo.


Lograr la Unidad Nacional es acrecentar los grados de solidaridad hasta que comprendamos que los intereses individuales y sociales dependen del interés de la Nación como un proyecto común. En este camino se debe recuperar el aspecto de la Planificación peronista, ya que era una herramienta para que el pueblo pudiera participar, evaluar y medir el desarrollo de los planes de gobierno. La planificación peronista no era un problema de orden sino de búsqueda y consolidación de nuevas formas participativas.


Hoy gracias a la tecnología hay herramientas extraordinarias e impensables en los 50 y los 70, como referéndums y plesbicitos, así como también herramientas de participación orgánica multitudinarias como las redes sociales de internet. Pero es necesario que las dirigencias tomen conciencia de que la consolidación del poder revolucionario nacional depende de consolidar nuevas formas participativas y activen su creatividad al respecto.

 


[…] “El gobierno, tal como lo concibe el justicialismo, es una acción destinada a la dirección común de forma de posibilitar que cada uno se realice a sí mismo, al propio tiempo que todos realizan la comunidad. Posibilitar, ayudar, impulsar la acción de todos y de cada uno es una función elemental de gobierno.


Las instituciones estatales, orgánicamente dependientes del gobierno, están naturalmente tuteladas en su acción por él mismo. Las instituciones populares deben recibir del gobierno idéntico trato, ya que son el pueblo mismo, pero no está en manos del gobierno el organizarlas, porque esa organización, para que sea eficaz y constructiva, debe ser popularmente libre.


Para realizar esta concepción es menester que el pueblo se organice en sectores de diversas actividades afines, ya sean estas formativas o de realización, de modo de poder llegar representativamente a la dirección común con las exigencias, necesidades, aspiraciones, colaboración y cooperación.


Desde hace cinco años propugnamos esa organización; los bienes que ella acarreará en lo colectivo y en lo individual han de persuadir a todos sobre la necesidad de hacerlo.

Las fuerzas económicas, de la producción, la industria, el comercio, del trabajo, de la ciencia, las artes, la cultura, etc., necesitan de esa orgánica elemental para su desarrollo, consolidación y progreso ulterior. El gobierno y el Estado también lo necesitan para servirlas, ayudarlas, impulsarlas y protegerlas...”


(Juan Domingo Perón, Descartes, política y estrategia)

 

 


El gobierno nacional tiene un estado organizado y eficiente que ha demostrado su eficacia el transcurso de estos años, con una gestión de gobierno sin dudas exitosa, provee además de una renovación de cuadros dirigentes propugnando un trasvasamiento generacional tan imprescindible como auspicioso.
Sin embargo, las limitaciones del Movimiento están en la falta de afianzamiento de los espacios abiertos por la conducción nacional por medio de las organizaciones populares. Esto se debe a que no queda claro la funcionalidad de las organizaciones libres del pueblo, que deben romper la inmovilidad participativa del demoliberalismo convocando al ciudadano a un protagonismo diferente. Para ello desde su ámbito de funcionamiento, sea gremial, cultural, económico, barrial, etc, debe propugnar una organización que desde sus intereses particulares se pongan al servicio de un debate mayor sobre las problemáticas nacionales que vayan definiendo los perfiles de la comunidad donde queremos vivir.


La falencia del movimiento es que esta actividad de las organizaciones libres del pueblo debe encontrar delante de sí espacios y acciones convocadas desde la dirigencia que le permitan tomar decisiones (preferentemente de problemas nacionales) que abran la discusión multitudinaria.

 

Las dirigencias actuales del movimiento no logran ampliar las convocatorias participativas mas allá de la agenda electoral. Esto es un grave problema porque tiende a la burocratización orgánica. Corremos el peligro de circunscribir la actividad de la militancia a los aspectos de la elección de los cuadros que tienen la responsabilidad de la administración del estado, función política típica del liberalismo.Esta actividad por cierto es de fundamental importancia ya que necesitamos un Estado poderoso y con cuadros dirigentes que valores morales y éticos de envergadura. Ahora bien, la actividad política que los produzca no puede ser una lucha de círculos de poder sino una elección sobre quienes pueden conducir mejor esta nueva acción participativa del pueblo.

 

 


Convoquemos a la defensa de nuestro gobierno nacional. Convoquemos a construir una democracia popular y participativa.


Profundicemos este proceso de dignificación social, de independencia económica y de soberanía política que permitirá poner en marcha un proceso de autodeterminación comunitaria para poder construir el país que todos queremos.


Defendamos las acciones de gobierno de Cristina Kirchner de una forma militante, activa y movilizada ante el peligro de los ataques de la argentina corporativa y oligárquica que siempre está al acecho para defender sus privilegios y detener este proceso revolucionario.


Alentemos la organización libre del pueblo, desde donde cada uno pueda y quiera, recordando que para poder participar junto al movimiento nacional de una forma unida y armónica, necesitamos comprender los principios que subyacen en la historia política de nuestro pueblo sintetizadas en las 20 Verdades del justicialismo.


Consolidemos los espacios abiertos por la conducción nacional del movimiento, adoctrinando y organizando. También presionando sobre nuestras dirigencias para que vayan abriendo cada vez más canales de discusión y participación ciudadana.

 

Para la defensa del gobierno nacional.


Para la difusión y promoción de nuestra doctrina.


Proclamando la construcción de una democracia popular y participativa.


Por la liberación nacional.



 

 

 

 

Fundación Villa Manuelita

Material de libre difusión

Agradecemos su reenvío