Como proceso de autodeterminación comunitaria el peronismo es una identidad política y cultural en permanente creación y progresión. Su ordenamiento doctrinario permite al pueblo y sus dirigentes la libertad de ir creando y transformando la realidad en que viven de acuerdo a sus intereses y deseos. No hay preelaboración ideológica ni modelos a seguir, simplemente un respeto por los principios rectores que a modo de mandamientos fundamentales –sus tres banderas históricas y sus 20 verdades- ordenan desde lo conceptual el proceso.
Los intelectuales en general menosprecian a la Doctrina comparándola quizás con la envergadura y sofisticación racional de otros pensamientos políticos. Sin embargo su aplicación permite una creatividad comunitaria permanente que va construyendo una realidad que por sí misma tiene una fuerte identidad política y cultural. Un ejemplo claro de esto es lo logrado en esta Década Ganada respecto de muchos tópicos, como los derechos humanos, la denuncia contra el capitalismo financiero, los procesos de unidad latinoamericana etc. Pero para los peronistas estas realidades que van conformando nuestro acervo histórico se plasman en una identidad que no se puede proyectar hacia el futuro anulando la creatividad popular.
Es decir que la fuerte identidad cultural del peronismo siempre es consecuencia de la acción transformadora de los pueblos ordenada detrás de sus principios y valores y si bien son una referencia histórica clara, no pueden transformarse en un mecanismo que desde una interpretación racionalista pueda lanzarse en perspectiva hacia el futuro para preelaborar un camino determinado.
La complejidad de los proceso políticos del presente ha demostrado
la limitación de las recetas materialistas preconcebidas. Los pueblos
y sus dirigentes, armados de poderosos conceptos doctrinarios se pueden
abrir paso en medio de un mar agitado y tormentoso absolutamente cambiante
como es el complejo mundo en que vivimos. No podría nadie hoy tener
la capacidad de analizar en su totalidad la realidad para brindar una
síntesis y resolver los problemas con una fórmula científica
materialista y románticamente liberadora. La implosión de
la Unión Soviética lo demuestra.
Hoy el secreto es armarse de mecanismos ordenadores de la potencialidad
constructora de las comunidades y con una renovada fe en el hombre, con
la recreación de una nueva fe en el individuo, lanzarlo a la proeza
de su autodeterminación. Eso es el peronismo.
"Las ideologías terminan mal, no sirven, las ideologías tienen una relación incompleta o enferma o mala con el pueblo. Las ideologías no asumen al pueblo" "En el siglo pasado las ideologías terminaron en dictaduras, piensan por el pueblo, no dejan pensar al pueblo" Compañero Papa Francisco
El peronismo es un “modelo cultural” en permanente expansión junto con la maduración colectiva de su pueblo. Impulsado por una nueva filosofía de la acción política, una nueva filosofía de la vida como pregona nuestra doctrina. Y esto es quizás algo difícil de describir en palabras ya que se trata de un asunto de filosofía política, de cómo el ciudadano se “siente” ante su realidad, ante sus conciudadanos y sus instituciones políticas. Pero sí sabemos que las comunidades hoy han dejado de “sentirse representadas” por las instituciones liberales generando una profunda crisis política. La revolución peronista desde su nueva filosofía trata de brindar elementos para generar una nueva representación ciudadana.
Por sus características especiales el peronismo nunca se ha sentido
cómodo en las instituciones liberales. Es que hay una relación
natural entre las instituciones políticas y su comunidad. El ciudadano
debe sentirse representado por ellas para poder delegar su confianza que
es el atributo fundamental del poder. Si el ciudadano no confía
, o no se siente incluído por las instituciones están serán
débiles y vulnerables . Por eso la relación entre el Estado
y el ciudadano debe respetar el momento histórico y su potencialidad
cultural. Mantener instituciones políticas como el demo-liberalismo
que responden a un momento histórico donde la mayoría del
pueblo era analfabeto y la lucha se presentaba como la sustitución
de un absolutismo verticalista, es hoy una hipocresía al servicio
de una intencionalidad de dominio colonial.
Hoy el debate es cómo profundizar desde las democracias republicanas
la participación activa del ciudadano para que dé rienda
suelta a sus potencialidades culturales que han cambiado de forma extraordinaria.
La cultura del neoliberalismo se aferra a las antiguas instituciones e
intenta desmovilizar al ciudadano, tratando de imponer un modelo participativo
fuera de tiempo y de la coyuntura histórica. Esta falta de armonía
con el tiempo histórico en que se vive impide la maduración
cultural de la Comunidad manteniéndola indemne ante los enormes
poderes de control de la información de los poderes corporativos.
Un ciudadano infantilizado provoca además un Estado débil
con dirigencias políticas sin poder real para poder torcer el ímpetu
colonialista de los países desarrollados.
El esquema participativo del sistema liberal fue la respuesta creativa
de otras comunidades para un momento histórico determinado. Aplicar
el modelo “llave en mano” a un comunidad diferente y fuera
de época puede ser producto de un infantilismo político
de sus dirigencias o un intento de desarrollar una política colonialista,
o de ambos.
El desarrollo de una política de liberación o simplemente
de una política, supone una adaptación congruente con un
momento histórico determinado y respetando las potencialidades
culturales del momento.
La batalla cultural es romper la trampa de una participación política
demo-liberal al servicio de un “hombre niño” que tiende
al colonialismo. Decimos que es una batalla cultural porque no se trata
de impugnar las estructuras de las antiguas instituciones sino su filosofía
de acción política. El nacimiento de una nueva de filosofía
participativa basada en una nueva cultura revolucionaria que transformaría
el sentido involutivo de las perimidas instituciones liberales y las llevaría
hacia una nueva funcionalidad liberadora.
Esta nueva filosofía de la acción política debe impugnar
el sentido filosófico del Estado liberal proclamado por los que
intentan mantener sus privilegios y prebendas.
“...la concepción liberal del Estado se fundamenta en un concepto unilateral del hombre, ya que lo toma como individuo aislado, dejando de lado su carácter social. Esta exaltación de la dimensión individual del hombre es la continuación de la orientación renacentista.
Para el Renacimiento, bajo la influencia del culto a la antigüedad
clásica, el hombre era el centro del mundo; por eso dijimos, que
si bien el humanismo renacentista es antropocéntrico, reconoce
dos defectos de estrechez: es materialista y antipopular.
El liberalismo sigue dentro de estos moldes, considerando a cada ser humano
una especie de dios autónomo, que todo lo espera de sí mismo.
Pero en la práctica, ese dios autónomo es el capitalista,
sin más acicate que su interés personal, sin ningún
sentimiento solidario hacia su comunidad, indiferente a los intereses
y a los sufrimientos ajenos.
Es el hombre deshumanizado que, en el caso de tener más fuerza
que el resto, no vacila en esclavizarlo, pues sólo piensa en sí.
Es el verdadero lobo del hombre.
Quiere decir que en la doctrina liberal hay sólo una aparente estimación
del hombre; en el fondo le niega lo que lo hace verdaderamente humano,
su sentimiento de hermandad hacia los demás, su solidaridad.
El liberalismo aísla los hombres entre sí, favoreciendo
de esta manera a los más poderosos para que atrapen a los más
débiles, pues el Estado no tiene que intervenir en las actividades
de los hombres.
“La libertad para todos los hombres del mundo” se convierte
en una libertad sin freno para los capitalistas que tienen en sus manos
todos los resortes.
No existe libertad para el hombre de Pueblo, ya que el sistema le niega
los medios concretos indispensables para ejercitarla, carece de legislación
social que lo proteja y prácticamente, no tiene derechos políticos.
De este modo el liberalismo ensanchó el campo de la esclavitud
para el hombre de trabajo, pues éste no sólo siguió
sometido políticamente, sino sometido en peores condiciones que
nunca al absolutismo del poder económico.
El hombre de Pueblo, en la mayor situación de desamparo, aislado
de sus hermanos y abandonado por el Estado a sus propias fuerzas, se encontró
en el callejón sin salida de la lucha de todos contra todos. “el
estado del hombre contra el hombre, todos contra todos, y la existencia
como un palenque donde la hombría puede identificarse con las proezas
el ave rapaz”.
(Perón, en el Congreso de Filosofía, Mendoza, 9 de abril de 1949)
Invertir el sentido individualista del liberalismo fue la tarea del peronismo. Tratar de recuperar el sentido de la solidaridad social y poner al Estado en función de proteger a los más débiles. Ese era el camino para poner en marcha una verdadera democracia, con una libertad e igualdad real y no la exteriorizada en las constituciones liberales para regodeo hipócrita de su sofisticada cultura basada en la soberbia “civilizada”. Para enfrentar la cultura egoísta del individualismo liberal el movimiento nacional desarrolló una serie de medidas políticas que fueron sintetizadas en sus tres banderas históricas: la justicia social, la independencia económica y la soberanía política.
En notas anteriores ( 1. Las
tres Banderas y 2. Política
nacional o política colonial ) vimos como el peronismo además
consolidaba su poder político desarrollando una novedosa forma
de participación ciudadana que tendía a dar una respuesta
congruente desde los institucional a las potencialidades del hombre de
hoy. Veíamos como proponía generar una unidad conceptual
en base a principios doctrinarios para poder ordenar una autodeterminación
comunitaria sin que el debate se tornase un caos inmanejable. Pero más
allá de las herramientas orgánicas desde los institucional
el peronismo debía enfrentar la masificación cosificadora
del individualismo que había transformado a los hombres en lobos
de otros hombres.
“...Tenemos que hacer una organización para
lo que debemos realizar. Esa organización ha de ser para la Reconstrucción
Nacional, en primer término, y para la Liberación Nacional,
en segundo término. No queremos liberar ruinas; queremos liberar
una nación. No queremos liberar un cadáver; queremos liberar
un ser que trabaje y se desenvuelva...”
“...El proceso que estamos haciendo lo hemos llamado de Reconstrucción;
pero al decir Reconstrucción no queremos decir arreglar sólo
las casas, la economía o la industria, sino también los
hombres...”
Perón habla a la Juventud Peronista. (Primera
reunión - 7 de febrero de 1974)
En una etapa donde las identidades políticas y culturales son una construcción de la Comunidad se debe primeramente reconstruir los basamentos éticos de esa comunidad para luego organizarla para que defina su destino. El sistema demo-liberal hace tiempo que se ha transformado en una herramienta al servicio de la colonización y en complicidad con las oligarquías nativas se ha dedicado a mantener a las comunidades desunidas, infantilizadas y bombardeadas por los valores éticos que ayudan a mantener sus intereses y privilegios. Con la idea de que la política es cosas de sofisticados administradores profesionales, ha mantenido a los pueblos lejos de los debates y de las áreas de decisión fundamentales alentando la indiferencia, el individualismo, la competencia y el ansia de lucro.
La primer etapa de la revolución peronista siempre fue de reconstrucción
social, donde no solamente se debieron recuperar el control de las estructuras
económicas y políticas fundamentales redistribuyendo el
ingreso para brindarle a los trabajadores condiciones mínimas de
dignidad, sino que fundamentalmente se impulsó una reconstrucción
ética que pusiera en marcha los principios que desarrollaran un
acción política liberadora. Esto fue lo que el Coronel Perón
denominó: “el despertar de la conciencia social de los trabajadores
argentinos”.
Un “humanismo en acción” como el peronismo, debería
despertar una nueva fe en la solidaridad del hombre para lanzarlo como
un nuevo protagonista de una revolución que por primera vez pondría
a las pueblos, es decir a los Comunidades en su conjunto, a la acción
creadora de las identidades políticas y culturales.
Estas etapas de reconstrucción social deberían devolver
el sentido de la solidaridad como eje fundamental de la acción
política desplazando al individualismo egoísta que incentivaba
el sistema demo-liberal. Se debía terminar con la cosificación
humana del capitalismo explotador de cernir a los trabajadores como simple
factor de producción económica. Esta fue la etapa de la
dignificación del pueblo que se desarrolló con el emblema
fundamental de la Fundación Eva Perón con Evita a la cabeza.
Resuelto esta primera etapa, la consecuencia natural del surgimiento de
ese nuevo hombre solidario generaría la organización política
de la comunidad para poder dar lugar a las nuevas potencialidades sociales
que se pondrían en marcha.
Lamentablemente el peronismo nunca pudo superar las etapas de reconstrucción
y pasar a las etapas de liberación social. El momento histórico
donde se desarrollo impidió a las dirigencias y a la Comunidad
comprender el sentido profundamente revolucionario de la autodeterminación
comunitaria propuesta por el peronismo.
Por eso quizás se vislumbraron las banderas del peronismo aplicadas
a las etapas iniciales de la revolución. Sin embargo los principios
fundamentales del justicialismo deben resignificarse a las etapas de liberación
social si queremos encontrar su verdadera dimensión revolucionaria.
Las dirigencias peronistas quizás confundiendo la etapa de reconstrucción
como algo permanente, terminaron adaptando al justicialismo a una especie
de corriente de opinión que navega dentro del sistema político
liberal como una alternativa “popular y nacional” respetando
la funcionalidad orgánica de sus estructuras. Eso provocó
su burocratización ya que no tendió a impugnar la funcionalidad
de las instituciones y terminó acomodando al justicialismo a ellas,
quitándole su mística revolucionaria.
El gremialismo avanzó fortaleciendo su mecánica de la defensa
del derecho de los trabajadores, el Partido Justicialista aceitó
sus estructuras para dar batalla en las épocas electorales y las
organizaciones territoriales funcionaban como herramientas de apoyo a
la acción ejecutiva del gobierno. Sin embargo todas estas funciones
si bien eran miradas con profunda desconfianza por la oligarquía
terminaban siendo funcionales al sistema participativo clásico
del liberalismo.
Lo fundamental era armonizar los intereses sectoriales con las políticas
nacionales y para eso el Gobierno convocó permanentemente a abrir
estos espacios. Sin embargo las dirigencias se mantuvieron en la funcionalidad
institucional liberal atrincherados en sus propios intereses sectoriales.
Esta actitud corrompería la mística revolucionaria transformando
a las dirigencias en burócratas administradores de los espacios
abiertos por las masas obreras durante la primer presidencia de Perón.
Mientras la batalla se dio en el marco de la legalidad democrática
todo funcionó bien ya que la adhesión popular al peronismo
era imbatible, pero cuando a partir de 1951 el imperialismo y la oligarquía
eligieron el camino del terrorismo como herramienta política y
pusieron a prueba el grado de convicción de los cuadros y la militancia
organizada, se demostró la falta de mística de las organizaciones
“peronistas” que en 1955 ante el asalto de la “libertadora”no
fueron capaces de poner en marcha siquiera una huelga general de trabajadores.
Resignificar la esencia de la doctrina peronista es ponerla en sintonía
con el proceso de organización política del pueblo. Se debe
retomar la lucha por anular la funcionalidad de las instituciones liberales
que hoy trabajan como una barrera de disolución de la mística
revolucionaria del peronismo, impidiendo que se desarrolle el proceso
de autodeterminación comunitaria. Por eso analizaremos a continuación
la bandera fundamental del justicialismo, que representa el eje motor
de toda su identidad revolucionaria: la justicia social.
“El Presidente de la Nación Argentina haciéndose
interprete de los anhelos de justicia social que alientan los pueblos
y teniendo en cuenta que los derechos derivados del trabajo, al igual
que las libertades individuales, constituyen atributos naturales, inalienables
e imprescriptibles de la personalidad humana, cuyo desconocimiento o agravio
es causal de antagonismos, luchas y malestares sociales considera necesario
y oportuno enunciarlos mediante una declaración expresa, a fin
de que, en el presente y en el futuro, sirva de norma para orientar la
acción de los individuos y de los poderes públicos, dirigida
a elevar la cultura social, dignificar el trabajo y humanizar el capital,
como la mejor forma de establecer el equilibrio entre las fuerzas concurrentes
de la economía y de afianzar, en un nuevo ordenamiento jurídico,
los principios que inspiran la legislación social.
EL GENERAL PERON PROCLAMA LOS DERECHOS DEL
TRABAJADOR
24 de febrero de 1947
Acto organizado por la C.G.T. en el Teatro Colón
Al ser el peronismo una identidad cultural provocada por el desarrollo creciente de la solidaridad ciudadana, su bandera fundamental debe estar lógicamente destinada a estimularla. Por eso la bandera de la justicia social está conformada por 1) elevar la cultura social del pueblo, 2) la humanización del capital y 3) la dignificación del trabajo.
“La cultura social es entonces el cultivo de lo que el hombre tiene en sí de ser social; es el camino que nos lleva a la formación de una conciencia social” sin la cual los hombres, en lugar de vivir, luchan, en lugar de crear destruyen, y en lugar de construir un futuro pacífico y armónico, están echando las bases para la lucha entre las comunidades y la guerra entre las naciones”
Por esta razón es que el “justicialismo comienza a hacer
ver a los Pueblos la necesidad de elevar también esa cultura social
tan olvidada, tan escarnecida y tan ocultada a las generaciones de los
hombres de esta humanidad”.
Al cultivar las cualidades sociales de los hombres, la cultura social
permite dar a cada persona conciencia de su destino social, conciencia
solidaria, haciendo posible que cada uno comprenda su posición
dentro de la comunidad y la naturaleza solidaria del vínculo que
existe entre su vida y la vida de sus semejantes.”
(JD Perón, sociología Peronista)
Elevar la cultura social del pueblo es encauzar las potencialidades comunitarias en un debate profundo para definir el destino de nuestra nación. Para ello debemos denunciar el inmovilismo materialista propiciado por el liberalismo y convocar permanentemente a la discusión y el debate. Nuestros enemigos responderán como siempre hablando de demagogia y manipulación, ya que para un liberal es imposible conceder a los pueblos una actividad creativa y participativa más allá de poderlos elegir a ellos como administradores del destino de todos.
En poner en marcha la maduración comunitaria depende el futuro
de la liberación de los pueblos. Los agentes del individualismo
intentarán por cualquier medio de impedirlo hablando de una inútil
confrontación y caos.
Este caos no es más que el debate sin el cual la maduración
social es imposible. Nuestras herramientas doctrinarias permiten ordenar
cualquier conflicto de intereses sectoriales porque los contempla desde
la perspectiva de los intereses de la Nación. El basamento cultural
del pueblo está trazado por las tres banderas históricas
del peronismo. De esa forma podemos afirmar que más o menos todos
pensamos igual en lo fundamental poniendo la conciencia colectiva en un
punto convergente que permite la diversidad transformando el conflicto
en debate constructivo.
Vaya como ejemplo las discusiones sobre la Ley de Medios en los foros
populares, que pese a la variedad de los intereses y diversidad del basamento
ideológico de todos los grupos políticos y sociales que
participaron en ella, se pudo llegar a acuerdos programáticos básicos
para poder implementarla.
Los peronistas tenemos la convicción que abrazados a nuestras banderas
históricas los debates comunitarios no caerán en ningún
caos ni asambleísmo cono vaticinan lo que prefieren el infantilismo
individualista para poder garantizar sus privilegios y prebendas a espaldas
del pueblo.
La Revolución Peronista cambia el rumbo de la evolución social de la comunidad argentina e inicia la marcha hacia la formación de la Comunidad Organizada a través de la conquista sucesiva de cuatro etapas: Cultura social; Conciencia social; Solidaridad social; Unidad Nacional. El camino a recorrer, alcanzando objetivo tras objetivo, escalonaría perfectamente bien el sentido de esa solidaridad. Primero, despertar en las masas populares una conciencia social, incrementarla y darle una mística personal hasta convertirla en solidaridad social, que ha de terminar en una solidaridad nacional, única solidaridad a través de la cual podemos llegar a la verdadera Unidad Nacional.
(JD Perón, Sociología Peronista)
Así cómo se nos vende un sistema político ideal para
impedir que desarrollemos el propio y nos liberemos, los encantadores
de serpientes del liberalismo nos venden una receta económica perfecta,
la del libre mercado. Nos muestran como ejemplo a los países desarrollados,
es decir un supuesto ideal de laboratorio en equilibrada armonía
tanto en lo político como en lo económico. Claro que nos
ocultan que esta armonía institucional (discutible por cierto)
es el producto de una construcción con largos procesos históricos
de debate y confrontación interna que normalmente han incluido
guerras civiles y varias crisis económicas mundiales. En economía
los liberales nos venden un equilibrio estático como ideal y nos
advierten que romperlo puede desencadenar el apocalipsis. ¡Cuidado
con la inflación! ¡Cuidado con la deflación!
“Muchas veces he dicho que no somos ni inflacionistas
ni deflacionistas....
La inflación y la deflación son fenómenos financieros
y económicos que no deben tener directa relación con el
bienestar del pueblo.
En épocas de deflación como la de 1930-1932 el pueblo sufrió
de hambre y de miseria lo mismo que en el período de deflación
ostensible en lo que llevamos del siglo: en los años 1919-1922.
Otras épocas de deflación, sin embargo, hubiesen determinado
tal vez el bienestar del pueblo, si sus hechos o fenómenos económicos
y financieros hubieran sido conducidos no con criterio capitalista, sino
con criterio eminentemente social.
Con las épocas de la inflación sucede lo mismo.
Nunca hemos tenido mayor bienestar en nuestro pueblo que en los momentos
del optimismo inflatorio que nosotros provocamos en la primera mitad del
1er. Plan Quinquenal.”
(JD Perón, Discurso de Presentación del Segundo Plan Quinquenal)
La economía funciona en base a la confianza ciudadana,
y todos sus instituciones fundamentales se mueven detrás de ella.
Si al mejor banco de Suiza todos sus clientes le piden sus depósitos
al mismo tiempo, la institución no los podría devolver ya
que su función es justamente la de multiplicar la potencia de la
moneda, para lo cual gira ese dinero transformado en créditos y
otros instrumentos financieros. Es decir que la economía funciona
cuando el ciudadano se encuentra confiado en el proceso político
que la sustenta.
“El individualismo capitalista ve los problemas del mundo con un
criterio económico-político o político-económico,
según el caso.
Nosotros pensamos que la solución está en amenizar los tres
elementos fundamentales de la comunidad humana; lo social, lo económico
y lo político. Por eso, frente a cada momento del país,
nosotros ya hemos adoptado, una costumbre de buen gobierno, realizar un
análisis de la situación social, económica y política,
y resolver los problemas de manera conjunta y armónica.”
(JD Perón, Economía Peronista)
Días atrás el economista Miguel Angel Broda decía con claridad que la macroeconomía iba finalmente a “cobrarse” ante los desaguisados de los gobiernos kirchneristas generando el ajuste que él ve como inevitable. Tiene razón desde su punto de vista porque el nivel de ciudadano sobre el cual el realiza el análisis es un ciudadano colonizado como él. Sin embargo hay ejemplos en la historia que demuestran que cuando hay motores políticos que mueven a los Comunidades las marcos macroeconómicos realmente pueden afrontar enormes dificultades sin generar situaciones de caos. Un ejemplo serían las naciones que participaron de las guerras mundiales donde se trastocaron de forma extrema los parámetros económicos sin caer en convulsiones políticas.
Podríamos decir que si mantenemos al pueblo sin madurar políticamente si lo tabicamos como proponen los liberales entonces sí podríamos inculcarle las conveniencias del Libre Mercado y la libertad económica que tanto bregara Martinez de Hoz y su alumnito Cavallo. A un pueblo idiotizado –recuerdo los noventa con el auge cultural de la revista Caras y la farandulización de la política- podrían venderle que la economía es un tema de expertos y profesionales y asustarlos para provocar corridas bancarias y procesos devaluatorios, para cartelizar la economía y mantener sus privilegios .
“En 1943, la actividad económica de la Nación
se regía por el sistema capitalista de la economía libre...esto
equivale a decir que la conducción económica de la Republica
no existía como tal y que toda la actividad de la producción
del comercio y de la industria se orientaba según el impulso positivo
o negativo de la acción privada, por lo general desvinculada del
bienestar social.
Resultado de aquella libertad liberticida fueron los monopolios y los
trusts, la total dependencia de la producción agropecuaria; la
asfixia sistemática de la industria nacional, la explotación
ignominiosa de los más débiles por la prepotencia del poderío
económico de los más fuertes...y, lo que es más grave:
la conducción del gobierno político en manos de vulgares
y conspicuos agentes de los intereses extraños del pueblo y de
la Patria”.
(Juan D Perón, 1-5-1952)
Por eso el peronismo predica que la economía debe estar al servicio
de un proyecto político. Humanizar el capital es poner la economía
en función social. Es asumir que los problemas económicos
son problemas de toda la comunidad -y no solamente de expertos- ya que
tienen raíces políticas y sociales. Humanizar el capital
es recuperar la confianza en nosotros mismos y nuestros representantes
políticos. Las crisis económicas no están en función
de respetar unas leyes de laboratorio promulgadas en función de
equilibrios y armonías mágicas que necesitan para entenderse
de científicos y asesores. Los problemas económicos son
tan sencillos como la vida misma.
Esta recuperación de la confianza en una visión económica distinta es también una política de liberación. Este fin de año que pasó los agogeros coloniales de turno anunciaron un fin del ciclo con tremendos conflictos sociales y corridas bancarias, producto de haber roto este equilibrio estático que nos muestran como el ideal. Sin embargo, nada de eso paso. La gente se fue de vacaciones, siguieron las inversiones, se llenaron los cines, restaurantes y supermercados.
"Nosotros, al decidirnos siempre por el pueblo, subordinamos
lo económico a lo social mediante la aplicación del sistema
que denominamos de economía social y frente a nuestra doctrina
pierden valor, como es lógico, las tres posiciones de los “economistas
exclusivamente economistas".
De allí que no nos preocupen la inflación, la deflación
o el equilibrio económico.... sino el bienestar social o sea la
felicidad del pueblo.
Sí el pueblo es feliz con deflación nos decidimos por ella,
del mismo modo que fuimos o seremos inflacionistas o partidarios del equilibrio
económico cuando estas otras dos posiciones nos conduzcan fehacientemente
al bienestar social.
También sabemos que no hay un sistema permanentemente eficaz que,
aplicado, produzca el bienestar material de la población y su consecuente
tranquilidad política, y social.
Hay momentos económicos que deben ser resueltos con inflación
o deflación así como hay momentos económicos que
deben ser resueltos mediante el equilibrio económico.
Por eso siempre he dicho que en economía la única posición
es la que se deduce de la realidad y de su exacta apreciación.
También pensamos que no ha de ser permanente como ideal el desequilibrio
económico, o sea la inflación o la deflación; pero
eso no significa tampoco que nos decidamos por el equilibrio estático
ideal del liberalismo económico, que sólo puede ser una
solución momentánea y para una situación determinada.
Nosotros creemos que el proceso económico -por lo menos en nuestro
país- es un proceso de creación permanente de riquezas y
que ellas deben ser concomitantemente, distribuidas a fin de que la economía
sirva al bienestar social."
(JD Perón, Discurso de Presentación del Segundo Plan Quinquenal)
Humanizar el capital es dejar de confiar en la prédica económica liberal clásica y abrir el paso a otras recetas económicas más dinámicas. En síntesis Humanizar el capital es elevar la confianza del pueblo en términos políticos para ampliar y fortalecer el marco macro-económico y poder dar rienda suelta a la propuesta económica justicialista que pregona:
“1) Que el desequilibrio económico puede coexistir
con el bienestar social y la felicidad del pueblo.
2) Que el equilibrio económico es preferible al desequilibrio,
pero el ideal no es el equilibrio estático que detiene la producción
de la riqueza y su distribución, sino el equilibrio dinámico
que aumenta la riqueza, pero al mismo tiempo incrementa el bienestar social.
3) Que no hay métodos uniformes y permanentes para la solución
de los problemas económicos, sino momentos económicos, y
aunque lo ideal es el equilibrio dinámico, puede ser en ciertas
circunstancias conveniente la inflación o conveniente la deflación.
4) Que el equilibrio dinámico que auspicia como ideal nuestra doctrina
no es solamente económico, sino social y aun político, y
nos permitirá afianzar la independencia económica, consolidar
la justicia social y mantener nuestra soberanía política.”
(JD Perón, Discurso de Presentación del Segundo Plan Quinquenal)
En la comunidad Peronista el trabajo “es un derecho
que crea la dignidad del hombre y es un deber, porque es justo que cada
uno produzca por lo menos lo que consume.
Crea la dignidad del hombre, porque redime al individuo y sirve a la grandeza
de los Pueblos. Es un derecho, porque todos los hombres tienen derecho
a lograr su felicidad y ésta se alcanza con abnegación,
sacrificio y trabajo. Es un deber porque en el esfuerzo individual está
la fuerza que lleva a la prosperidad general si se lo realiza consciente
y racionalmente.
No es por lo tanto un mero instrumento, que al igual de los demás
bienes económicos, pueda venderse o comprarse; no es algo comercializado
como lo pretendía el individualismo.
Por eso cuando el Peronismo levantó la bandera de la Justicia Social,
le señaló un alto objetivo espiritual: la dignificación
del trabajo y del trabajador punto de partida y de llegada del justicialismo
en el orden social.
(JD Perón, Sociología Peronista)
La etapa de reconstrucción del primer peronismo permitió
a los trabajadores empezar con el proceso de dignificación social.
De 200.000 afiliados que agrupaban las distintas y a veces enfrentadas
organizaciones obreras pasaron a tener hasta 5.000.000 de trabajadores
agremiados en una única y poderosa Central Gremial. Los trabajadores
vieron aumentar sus ingresos en forma impensada alcanzando la redistribución
de la riqueza cifras antes inimaginables.
Pero fundamentalmente la inclusión de los trabajadores en la acción ejecutiva del gobierno y también legislativa tuvo caracteres de verdadera revolución social. “El resultado concreto de esa dignificación consiste en que dentro de la sociedad argentina un trabajador tiene hoy una posición distinta a la de antes. Es consciente y es respetado por su patrón y por sus compatriotas, y, en segundo lugar, comparte hasta las tareas de gobierno, cosa que antes nadie había soñado” (JD Perón 24/2/1949). El Ministro de Trabajo de la Nación así como muchos legisladores nacionales y provinciales eran de extracción obrera. Todas las embajadas argentinas en el exterior tuvieron un Agregado Obrero ante el espanto del aristocrático personal que normalmente puebla las cancillerías. En la Argentina de hoy es impensable aún para las mentes más retrógradas retrotraer a los trabajadores a la indignidad social anterior a 1943.
Sin embargo el proceso de dignificación no puede circunscribirse
solamente a los aspectos materiales de la defensa del salario. La vida
y el porvenir de los trabajadores depende del porvenir de la nación.
Los trabajadores peronistas no pueden reducir sus luchas a la defensa
de los derechos de los trabajadores sino que deben armonizar esa lucha
con las luchas de la Nación. Sólo puede haber avances sectoriales
si la Nación en su conjunto avanza. Para eso los trabajadores deben
plantearse la necesidad de protagonizar ámbitos de discusión
de políticas nacionales.
“Nosotros aspiramos a que ellos se organicen, no solamente
para la defensa de sus intereses profesionales, porque si fuese así
la organización sería de un tipo eminentemente materialista,
en la que cada uno solo le interesaría asociarse para la defensa
de sus intereses materiales. Anhelamos formar organizaciones de un tipo
superior.”
(JD Perón, Organización Peronista)
La dignificación no es material sino política y para que esa dignificación evolucione debe alcanzar ámbitos de decisión donde puedan articularse políticas nacionales junto con el Poder Ejecutivo y el resto de las fuerzas que componen el Movimiento Nacional. Los trabajadores como columna vertebral de nuestro movimiento deben con su ejemplo empujar en este sentido para arrastrar al resto de los componentes políticos y sociales del movimiento, generalmente con menos conciencia social.
Circunscribir la lucha de los trabajadores a los aspectos sectoriales
es poner un límite a su dignificación social. Era lógico
este tipo de lucha cuando no tenían posibilidad siquiera de organizarse
para defender sus derechos, pero luego de décadas de historia el
proceso de dignificación del trabajador debe seguir su curso madurativo
hasta alcanzar la solidaridad nacional como escalón último
para la Unidad Nacional ansiada.
Detenerse en los aspectos sectoriales solamente burocratiza las organizaciones
obreras ya que automáticamente adoptan la funcionalidad liberal.
La funcionalidad peronista es de conducción política y esta
dinámica no puede detenerse en aspectos sociales, sino que debe
continuar su evolución hacia conflictividades nacionales y luego
continentales. El trabajador para dignificarse debe sentirse cuando ingresa
a sus labores, que está construyendo el futuro de la Nación,
debe sentir que su esfuerzo no solamente es para cubrir las necesidades
de su familia sino que está construyendo la felicidad de todo el
pueblo.
Para que esto ocurra deben poner se en paralelo las fuerzas de la industria, el comercio y del trabajo que normalmente en el liberalismo están enfrentadas detrás de una lucha de clases. Para poder romper con la falsa contradicción deben formarse los ámbitos de discusión política donde las fuerzas de la producción diriman sus conflictos teniendo en perspectiva los objetivos nacionales que son los que generan los espacios políticos que pueden satisfacer los intereses de toda la economía en su conjunto.
“En la Comunidad Organizada Peronista, el único
elemento que da jerarquía los hombres es el trabajo y la solidaridad
social que ese trabajo encierra, por lo tanto, no hay relación
de poder, de opresión o de explotación del hombre por el
hombre o del hombre por el Estado, sino solamente una relación
de dependencia funcional que resulta del trabajo que cada uno realiza
dentro de la Comunidad.
Donde el pueblo es todo, como debe serlo, no hay jerarquía. No
hay otra jerarquía que la que le da al ciudadano el cumplir honradamente
con su deber. Esa es la jerarquía que debe encumbrar a los hombres
de bien de una República y es la única que el peronismo
admite.
El ejercicio del trabajo y el sentido de solidaridad con que el mismo
se efectúa, es dentro de la Comunidad Organizada Peronista el único
valor social que sirve como factor diferenciativo entre los hombres. Por
consiguiente, la jerarquía social está dada por la función
laboral que cada hombre cumple y por el grado de solidaridad social que
pone de manifiesto en su ejercicio.”
(JD Perón, Sociología Peronista)
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