¿Doctrina o ideología?
El gran psicoanalista y escritor Jorge Alemán profundiza en sus últimas notas interesantes miradas sobre la ideología y la política, buscando una perspectiva de análisis para ordenar y diluir los enfrentamientos internos del Frente de Todos. En su mirada señala a la ideología y a la política como polos de tensión que presionan sobre las fuerzas internas de nuestro movimiento (ver nota).
El análisis posee una visión influenciada por una sobrevaloración de la ideología como matriz de ordenamiento de las fuerzas políticas típica del pensamiento racionalista que sustentó al demoliberalismo y al marxismo. Para el peronismo en cambio el ascenso de los pueblos como nuevos protagonistas abre una etapa distinta donde las identidades ideológicas deben lograrse desarrollando un proceso autodeterminante masivo y multitudinario. Esto debe acotar el sentido de las ideologías como rectoras previas a la construcción política ya que funcionan como limitativas del libre albedrío popular de las nuevas democracias sociales.
Juan Perón anunciaría en los 70 el fin de las ideologías cuando explicaba:
“Ya no sirven las ideologías. Marx fue el último de los ideólogos, la Z de las ideologías. Hoy la Revolución pasa por la doctrina. Las ideologías le daban a los pueblos tres o cuatro líneas generales a seguir. Los obligaban a ajustarse a un libreto para cumplir un objetivo lejano. A veces bien intencionado, pero, por su mismo proceso, inhumano. El hombre de hoy quiere saber qué papel juega en todo esto y aportar lo suyo. Las ideologías han fracasado porque los problemas son diferentes. El hombre de hoy se resiste a que se le embrete, a que se le empuje. Quiere ser hombre. La doctrina, al integrarlo, al estimularlo, al comprenderlo, le da ese lugar que le corresponde en la historia. Y solo así es como se puede liberar, lograr la Unión Nacional, Regional, Continental, La Revolución Humana (…)
se trata de que todos los argentinos construyamos la estructura revolucionaria, que es el poder mismo. De esta forma el pueblo no doblegará el poder, sino que lo ejercerá, será suyo. El poder no es el gobierno político solamente. El poder surge del bienestar general y de la participación total. Por eso en nuestra Revolución Humana no podrán existir marginados, olvidados, parásitos o zánganos. Sera un sistema que dará plena felicidad a todos los Hombres, Mujeres y niños de nuestro pueblo y que servirá de ejemplo para América y para el Mundo. Ese es el camino.”
Las ideologías como rectoras y ordenadoras del poder político dejarían de dar respuesta a los problemas del mundo por el aumento de la complejidad y aceleramiento de las conflictividades sociales y por el surgimiento de un hombre con capacidades culturales totalmente revolucionarias que generaría además de un nuevo protagonismo, un nuevo derecho humano que la representación política debía atender: el derecho del hombre a crear su propio destino.
Un proceso autodeterminante como plantea el justicialismo no puede ordenarse desde una ideología cerrada de carácter universalista, que sólo acepta la interpretación de un grupo de iluminados desde los que se ordena la construcción del poder. Los conceptos ordenadores de la vanguardia esclarecida de las izquierdas y el eficientismo profesional liberal fueron superados por una evolución política acelerada. Los sueños universalistas de la revolución soviética quedaron sepultados bajos los escombros del muro de Berlín y el triunfalismo del pensamiento único de Francis Fukuyama se evaporó raudamente al no poder dar respuesta a una conflictividad social desbordada, siendo sepultado a su vez por la pandemia del coronavirus que desnudó la impotencia de occidente.
Hoy es impensable ordenar las capacidades creativas de los pueblos detrás de una interpretación ideológica cerrada. El Modelo Argentino habla por ejemplo de “construcción ideológica”, marcando los nuevos parámetros para la construcción del poder popular.
Obviamente debe existir una ideología referencial que permita la construcción política, pero la misma no debe impedir la creatividad popular que es el motor de las nuevas participaciones ciudadanas. El peronismo se ordena entonces desde principios rectores que están alumbrados por una nueva mirada ideológica simple y amplia que no se propone el descubrimiento de la solución final, de la ideología última e universal, sino que es un llamado a los pueblos del mundo para advertirles que las soluciones serán en el futuro una responsabilidad comunitaria y que esa búsqueda de un mundo más justo dejará en su recorrido, en el sendero realizado, una identidad revolucionaria palpable y concreta.
Esta identidad no podrá ser instrumentada como una imposición ideológica que coarte la creatividad comunitaria futura. Por eso el justicialismo propone el ordenamiento de la creatividad común para la construcción de una identidad ideológica en constante desarrollo. Por eso se ordena desde principios doctrinarios que potencian la capacidad creativa, que son una referencia ideológica clara y que resumen una historia de lucha anticolonialista concreta, sintetizando una experiencia que impide el siempre recomenzar típico del asambleísmo.
El peronismo sintetizaría su base ideológica en tres simples banderas, la justicia social, la independencia económica y la soberanía política. Cualquier argentino podía sumarse a la acción autodeterminante de la nueva democracia popular dando lo mejor de sí, donde quiera y pueda. Lo único que se le pedía es que para mantener la identidad ideológica clara y unida al conjunto de la comunidad respetara esas simples banderas.
Ideología y mística
La relación que plantea Jorge Alemán entre la ideología y la política no aplica en la construcción de poder político planteado por el peronismo. En nuestro caso la ideología como “verdad”, cómo hecho concreto y verificable es en realidad un sendero de construcciones que no es una “representación de la realidad” sino que es simplemente una realidad. Es decir la nueva identidad política del peronismo no es una construcción racionalista previa a la acción sino que es el resultado de la acción constructiva de una comunidad organizada en la creación de su destino.
La ideología siempre ha servido como motor de la política ya que esa “distorsión inconsciente o representación” ha servido de imaginario para los militantes que una vez construido, se lanzan a la acción recorriendo ese sendero “sintiéndose” construyendo una revolución.
En un proceso autodeterminante como plantea el peronismo no se busca la concreción de un objetivo ideal previamente delineado. Simplemente se busca el bien común.
Esto plantea un cambio de Fe. El iluminismo se basó en una Fe sobre la razón para terminar con la injusticia y esa convicción le brindó el sustento místico construyendo sus senderos ideológicos. Hoy en la autodeterminación popular esa Fe debe volver al hombre, hacia un nuevo humanismo que se sostenga sobre la convicción de que el hombre tiene en sí, los valores éticos sobre los cuales construir un nuevo mundo. Eso lo liberará de la necesidad de una contención y justificación ideológica y le abrirá las puertas a la autodeterminación.
Cristianismo y peronismo
Un proceso autodeterminante como plantea el justicialismo no puede ser puesto en marcha con hombre trazado por la indiferencia, el materialismo y la meritocracia.
El motor del justicialismo cómo su nombre lo indica acentúa la búsqueda de la justicia como eje fundamental de la lucha y sólo una comunidad solidaria puede llevarlo a cabo.
Para poner en marcha las nuevas democracias populares se debe romper el tabicamiento individualista del neoliberalismo y poner en marcha un proceso político que vaya elevando la solidaridad de la comunidad hasta alcanzar la Unidad Nacional. Por eso el Gral. Perón sintetizó la labor del Movimiento Nacional como “el despertar de la conciencia social de los trabajadores” que significó el primer paso de ese proceso de solidaridades crecientes: solidaridad social, nacional y continental.
Este nuevo humanismo debe ponerse en marcha con una recuperación de las potencias del individuo pero no para una competencia materialista sino para una acción social solidaria con el resto de la comunidad. Esta nueva potencia individualista en función social comenzaría con un reconocimiento de las potencias éticas y morales del nuevo protagonismo popular. El liberalismo sostuvo sus ideologismos detrás de una moral basada en la razón y profundamente antipopular. También el marxismo compartía esta visión. Donde el liberalismo veía un bruto, el marxista veía un colonizado.
El peronismo en cambio realza las Virtudes del pueblo que fueron la consecuencia de otra revolución profunda y milenaria: el cristianismo. El justicialismo sintetizó las virtudes populares como basamento ético y moral de las nuevas autodeterminaciones y las confrontó con los vicios de la oligarquía, determinando los polos de la verdadera lucha que subyace y alimenta a las fuerzas políticas.
El peronismo es popular entonces porque asume que existe en el pueblo un basamento moral y ético sembrado por el cristianismo hace más de 2000 años. Una potencia moral que se encuentra especialmente en los sectores más humildes de la población, por la sencilla razón que son los humildes quienes no han sido tentados por las desviaciones oligárquicas que generan la riqueza (hacia el egoísmo) y la sofisticación intelectual (hacia la soberbia).
Las vanguardias descamisadas
Sin el peso de una moralidad sostenida por el “saber adecuado” del racionalismo las nuevas democracias se pueden lanzar a los procesos de autodeterminación popular que serán una política constructiva, un diálogo y un encuentro, en lugar de un debate y una discusión en una puja electoralista interminable.
Claro que para que estos nuevos procesos participativos se pongan en marcha debe existir una organización espiritual que los anime y les brinde el empuje. Lo primero es predicar sobre la existencia de este basamento de virtudes populares que debe vencer siglos de prédica anti popular basada en la que la moral solo puede provenir de una “educación adecuada” o de una “ideología” liberadora. Los peronistas sostenemos que la educación es fundamental para el futuro de las comunidades pero una educación sin solidaridad es simplemente un salvajismo ilustrado. Sólo la educación acompañada de la solidaridad hace al hombre culto.
El peronismo desarrolló en sus primeros gobiernos la figura del trabajador como base fundamental de su nueva identidad revolucionaria. Evita la nombró la vanguardia descamisada. La figura del descamisado se transformó en el ícono de la revolución que fue atenuada por la figura de Evita luego de su muerte.
Los extraordinarios proyectos del monumento al descamisado son una muestra del intento de realzar la figura del hombre de trabajo como eje icónico de los nuevos procesos revolucionarios. Tendía a construir una mística que debía motorizar la nueva forma de participación ciudadana que se expresaba con su presencia movilizada permanente acompañando las acciones de gobierno y que estallaba en los cabildos abiertos de los 1ro. de mayo y 17 de octubre.
Este intento de forjar una nueva mística sostenida sobre las capacidades morales y éticas del pueblo trabajador fue abandonada luego de la muerte de Perón. A la caracterización de las fuerzas justicialistas como demagógicas y populistas y el brutal ataque a las organizaciones sindicales propugnadas por nuestros enemigos, se sumarían la acción de las propias dirigencias peronistas que transformarían al movimiento nacional en un partido político liberal sin el calor y color de la presencia movilizada del pueblo trabajador.
El camino hacia la construcción de las nuevas identidades ideológicas está abierto. Pero no podrá ser desarrollado mientras mantengamos una forma de construcción política liberal. Sólo la convicción de construir una nueva democracia popular y participativa puede poner en marcha las potencias autodeterminantes de la comunidad. Abrazados a nuestras banderas históricas y con un protagonismo movilizado de los trabajadores podremos poner en marcha el sueño de un pueblo construyendo su propio destino.